Corresponsalía

Cuerpos-territorios, condiciones de vida, epidemias y la Revolución del Sur

Centro de Estudios de la Casa de los Pueblos

Recibimos la siguiente Corresponsalía del Centro de Estudios de la Casa de los Pueblos, al propósito de la pandemia de 1918.

Las condiciones de
vida y las condiciones de la guerra.

El poder hegemónico históricamente ha tenido
prácticas de dominación y escarmiento recurrentes sobre tierras, cuerpos y
símbolos, como el incendiar pueblos, apropiarse de las cosechas, destruir la
base agrícola de subsistencia, separar la cabeza, desmembrar y mutilar el cuerpo
en secciones cardinales, precarizar la vida hasta la hambruna y propagar
epidemias, elaborar discursos, generar imágenes o versar la mentira y la
calumnia en la historiografía, recurriendo a conceptos racistas, criminalistas,
burlescos y denigrantes, para minar y descalificar los procesos
revolucionarios. 

El genocidio, el etnocidio, el epistemicidio y
el ecocidio son también mecanismos que el poder genera para intentar derrotar
la voluntad de lucha de los pueblos.

Durante la conquista europea de los pueblos y
naciones históricas en el siglo XVI, la viruela y sífilis provocaron una
hecatombe demográfica, en 1812, durante la guerra de independencia, se
diseminaron la fiebre y el tifo para diezmar las rutas y sitios de las tropas
insurgentes, durante la revolución estas enfermedades tienen repuntes a grado
de epidemia que cobraban la vida de cientos de miles, principalmente en las
zonas pobres del campo y la ciudad. Con ese pretexto se formularon mecanismos
de control y segregación.

El registro de esperanza de vida en 1910 era
de casi 30 años (Bravo y Reyes, 1958, p. 81), México tenía 15.16 millones de
habitantes, el 42% de la población era menor de 15 años y sólo el 2% mayor de
65 años (DGE, 1918), el mayor número de muertes durante la revolución fue
particularmente en menores de 14 años.

El censo de población de 1921 registra 14.33
millones de habitantes[1]; a
pesar del subregistro de morbimortalidad, se estima que la revolución tuvo
entre uno y dos millones de muertos, según los datos censales, hubo ochocientos
veinticinco mil muertos registrados en diez años de guerra, esto es 226 muertes
al día.

La pobreza, el hacinamiento, las condiciones insalubres y miserables en las que se vivía en las periferias de las ciudades, en barrios como Tepito, La Merced, Peralvillo, Los portales, donde no se tenía drenaje ni luz y el agua potable que se consumía tenía impurezas biológicas, bacterias patógenas, parásitos intestinales, virus y químicos que provenían de aguas negras, aunados a la desnutrición crónica fueron determinantes en la proliferación de enfermedades infectocontagiosas como paludismo, viruela, escarlatina, tuberculosis, tifoidea, sarampión, tos ferina, tétanos, rabia, dengue, fiebre amarilla, peste, tifo, cólera, poliomielitis, difteria, encefalitis, influenza española, entre otras que son un indicador de la pobreza y marginación en que vivía el 90% de los habitantes, en esas condiciones debía continuar el trabajo y la lucha de los campesinos sin tierra, peones acasillados, obreros, costureras o lavanderas que trabajaban jornadas extenuantes en condiciones deplorables.

En promedio “cada persona consumía 13 kilos
de azúcar al año, 24 de arroz y 2 kg de frijol
(Valadés,
1987, p. 119),
los salarios cuando había, eran miseros, una mujer se vendía
por 6 centavos y un hombre por cinco pesos; lo que nos habla de una política de
control, explotación, segregación, acaparamiento y usura para el exterminio de
la población.

Entre las principales epidemias registradas entre 1882 y 1921 encontramos cólera en Chiapas, Oaxaca y Tabasco (1882-83), el istmo de Tehuantepec (1915), fiebre amarilla en Sinaloa (1889, 1902 y 1903) (Carrillo, 2005, p. 1050), peste bubónica en Baja California y Sinaloa en 1902-1903, en Mazatlán el registro fue de 529 muertes (Carrillo, 2002, p. 74; Ydirin, 2018, p.11), fiebre amarilla en Veracruz (1903-05), tuberculosis en 1907, sífilis en 1908, en 1910 sarampión, tifo en el centro-sur incluida la capital de la república en 1911, en 1915 y 1916. En el primer semestre de 1915 el panteón de Dolores registró 9, 788 entierros y para 1916 se tenía un registro de 12, 149 muertes en la capital (Molina, 2015, p. 1205); en 1918 la influenza española dejo 500,000 muertos más en el país (Ydirin, 2018, p. 12)

En 1891 el director del Hospital Militar, el
general Alberto Escobar, da instrucción para que la Secretaría de Guerra cree
la Carta Geográfica Médico Militar como un asunto de estrategia militar.
En 1907 el Estado Mayor publica un ensayo de geografía médico militar que
identificaba la etiología conocida o probable de las enfermedades, con ellos
los generales identificaban sitios de mayor riesgo, los recursos materiales y
personas involucradas (Carrillo, 2002, p.72).

Cuerpos de campesinos
y obreros, territorios de lucha.

En un contexto de guerra, la salud fue vista en
términos higienistas con un modelo militar de salud pública centralizada a
través del Consejo Superior de Salubridad y de las juntas de sanidad, cuya
política genocida, racista y de exterminio, utilizó medidas de control
poblacional mediante la detección y aislamiento de los enfermos, se les buscaba
casa por casa para la reclusión en cuarteles, cárceles, nosocomios, lazaretos,
viviendas.

Se incendiaban casas y pueblos enteros como
medidas de control social, Tepalcingo, Jojutla, Xalatlaco, Tilzapotla fueron
arrasados completamente bajo esta lógica, mientras que en la capital durante
1915 había 11, 197 personas recluidas en los nosocomios: Hospital General,
Hospital Tlalpan, Lazareto S. Joaquín, Hospital Militar (Molina, 2015, p.1219-1221).

En relación con las epidemias, los mecanismos
de inmunización eran precarios eran parte del escenario de guerra, los ciclos
de repunte de las enfermedades se recrudecían en diferentes temporadas del año,
en frío aumentaba el tifo, con calor aumentaba el cólera, dengue, paludismo, el
hambre era permanente; los grupos más vulnerables fueron los menores de un año
y las mujeres.

En 1900 estados como Querétaro, Puebla,
Oaxaca, Moleros tenían un promedio de 580 muertes por cada 1000 nacidos vivos
en el primer año de vida[2] (Ávila, 2015, p.417 e
INEGI, 1995, p. 62-71), para 1915 el índice de mortalidad aumentó, el
sarampión y la viruela, habían diezmado a la población. En Puebla se
registraron 999 muertes por tifo en 1915 y 1076 en 1916, del total de muertes
el 69.5% eran mujeres (Molina, 2015, p. 1201).

Diferentes misivas de generales
revolucionarios y de familiares de Zapata permiten conocer que entre 1914-1915
él estuvo enfermo de algún padecimiento prolongado que no impidió que la
revolución siguiera en movimiento (Pineda, 2013, p. 56-110).

La revolución del sur generó uno de los más
grandes proyectos de salud comunitaria y asistencia de heridos de combate, la
medicina de guerra, desde abajo, desde las prácticas históricas de los pueblos
insurrectos, desde los contingentes de trabajadores de la salud, con  un plan general que organizaba los centros de
atención y hospitales desde la perspectiva revolucionaria para cubrir el
territorio liberado, en las columnas y en los pueblos, en las montañas y los
trenes, en el territorio cuerpo y en el territorio insurgente, otra experiencia
necesaria en la historia es el tren-hospital de la División del Norte.

El Ejercito Libertador del sur tenía prácticas
de sanidad y atención, canalización de enfermos y heridos a hospitales de
campaña instalados en Cuernavaca, Cuautla, Toluca y México, tenían enfermerías
en Jojutla, Morelos, Chiautla y puestos de socorro en Huitzilac, Peñón Viejo,
Iztapalapa, Mexicaltzingo, San Mateo y Topilejo, atendidos por médicos,
pasantes, estudiantes de medicina, enfermeras y enfermeros, por mujeres,
hombres, niños y ancianas que sumaban colectivos, recolectaban, transportaban y
eran correos entre los pueblos, se formaban brigadas sanitarias que también
eran comandadas por mujeres como María Guadalupe Muñiz y Dolores G. Pliego que
luchaban por el cumplimiento del Plan de Ayala (Pineda y
Castro, 2013, p. 214).

Se colectaban cargas de maíz, ropa, leña
vendajes, medicamentos para los heridos, zacate y cobertores para los
hospitales con obreros y campesinos en Contreras y Morelos (Pineda, 2013, p. 109-116). En los diferentes rumbos
del territorio se sentaron precedentes del futuro sistema de derechos a la
salud que se irá construyendo a pesar de todos los obstáculos del poder, es
así, un aporte de los pueblos no del Estado.

Pero, además, Emiliano Zapata atendió con
mucha dedicación las tareas para resolver las necesidades del colectivo social:
auxilio económico, víveres, vestimenta y semillas para sembrar; abasto de leña,
forraje y aparejos; resolución de diferendos sobre tierras, chinampas, bosques,
agua, ganado, herencias y casas habitación; impartición de justicia, asuntos
judiciales, funcionamiento recto de los ayuntamientos, educación y salud;
operación de caminos, correo, telégrafo y ferrocarril; comercio, producción de
las fábricas de azúcar, fábricas textiles y fábricas de papel, minas,
construcciones.(Pineda, 2016, p.12)

En el contexto de estas gestas revolucionarias, en
medio de las epidemias y la gurra, en torno a las posibles y no sólo deseables
transformaciones de las relaciones sociales, dice el PLM en el Manifiesto del
23 de septiembre de 1911:

“El robo, la prostitución, el asesinato, el
incendiarismo, la estafa, productos son del sistema que coloca al hombre y a la
mujer en condiciones en que para no morir de hambre se ven obligados a tomar de
donde hay o a prostituirse, pues en la mayoría de los casos, aunque se tengan
deseos grandísimos de trabajar, no se consigue trabajo, o es éste tan mal
pagado, que no alcanza el salario ni para cubrir las más imperiosas necesidades
del individuo y de la familia, aparte de que la duración del trabajo bajo el
presen- te sistema capitalista y las condiciones en que se efectúa, acaban en
poco tiempo con la salud del trabajador, y aun con su vida, en las catástrofes
industriales, que no tienen otro origen que el desprecio con que la clase
capitalista ve a los que se sacrifican por ella
.[3]

Para quienes tienen interés o formación en el campo de la salud, nos queda la tarea de rescatar de la memoria de los pueblos, la historia de la construcción de la salud como un derecho, como un bien social que se logra con libertad política y económica, con la posesión de la tierra y la justicia, con un proyecto revolucionario que asegure el bienestar económico, político, cultural, social, ambiental de todo un pueblo.


[1] DGE. Según el Tercer
Censo de población de los Estados Unidos Mexicanos en 1910 había 15, 160,369
habitantes y en el Censo General de Habitantes de 1921 se registran 14, 334,
780 habitantes.

[2] Brena,
en Atención a la salud en la época porfirista, señala que fallecían 572 por
cada 1000 niños antes de cumplir el año de edad, en Querétaro 677, en Puebla
491, mientras
que la tasa de mortalidad infantil nacional en 1900 era de 288.6 y en 1909 de
301.8 (Narro, 1984, p. 641).

[3] Regeneración 1911.Los  Ángeles, Estado de California, Estados Unidos
de América,  a los 23 días del mes
de  septiembre de 1911. Rúbricas de Ricardo
Flores Magón, Librado Rivera, Anselmo L. Figueroa, Enrique Flores Magón En: https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/6/2625/54.pdf




10 de abril del 2020

Aniversario 101 del asesinato de nuestro Gral. Emiliano Zapata.

El virus que se distribuye en el mundo, no es el único
que en la historia ha provocado debacles.  La
pandemia de influenza de 1918, conocida como “gripe española” o “influenza
española” ocurrió durante la Primera Guerra Mundial (Guerra de rapiña y
despojo, guerra de unos cuantos países “poderosos” buscando sojuzgar y sacar
ganancia de los más pobres); en ese entonces los espacios reducidos y cerrados
y los movimientos masivos de tropas, sobre todo las tropas estadunidenses,
ayudaron a impulsar la propagación de la enfermedad.

Se estima que alrededor
de 500 millones de personas, o un tercio de la población mundial, se infectaron
con ese virus, y el número de muertes en todo el mundo se estimó en al menos 50
millones.

Hubo 3 momentos que se
reconocen de esa pandemia, el primero se detectó en campamentos militares, pero
a los Estados Unidos y otros países involucrados en la guerra no les convenía
informar sobre la gravedad de ese virus pues le interesaba mantener la moral
alta entre la población.  Pero la segunda
ola, (algo así como fase 2), surgió en Camp Devens, (campo de entrenamiento del
Ejército de los EE. UU. en las afueras de la ciudad de Boston) y en una
instalación naval en esa ciudad. Entre septiembre y noviembre murieron más de 100 000
personas en los EE. UU. en octubre de ese año.

El tercer momento, comenzó
a principios de 1919, duró toda la primavera y causó incluso más casos de
enfermedad y muerte. En nuestro país, México, es sabido que desde 1914 se  sufría de una gran escasez de agua y comida.
La crisis económica estaba latente pues fue una época donde las vías
ferroviarias, que era el medio para movilizar tropas y mercancías se vieron
afectadas por el desarrollo de la lucha revolucionaria. Eso provocó que el
traslado de las mercancías fuera muy costoso, provocando escasez de agua y
comida. Nuestro pueblo mexicano, ante todas las circunstancias nacionales o
internacionales, se ha mantenido en lucha.

Para 1918, nuestro General Emiliano
Zapata presentó un “Manifiesto a los habitantes de la República” en el
Cuartel General de Tlaltizapan, Morelos, el 16 de febrero de 1918.

“La revolución se propone: redimir a la raza indígena, devolviéndoles sus tierras, y por lo mismo, su libertad; conseguir que el trabajador de los campos, el actual esclavo de las haciendas, se convierta en hombre libre y dueño de su destino, por medio de la pequeña propiedad; mejorar la condición económica, intelectual y moral del obrero de las ciudades, protegiéndolo contra la opresión del capitalista; abolir la dictadura y conquistar amplias y efectivas libertades políticas para el pueblo mexicano.”

(,,,)

Y
ante esa situación, señala el Manifiesto….

“La
Revolución del Sur carece de fines personalistas. El Plan de Ayala que le sirve
de bandera sólo persigue mejorar la clase proletaria; impedir que el rico
explote al que tuvo la desgracia de haber nacido pobre; devolver a éste lo que
injustificadamente le ha sido quitado por hacendados y caciques y otorgarle un
pedazo de tierra en su Patria, a que indiscutiblemente tiene derecho como
mexicano […].

Los
artículos de primera necesidad se agotan, a tal grado que el hambre ha llevado
el luto y la desolación a muchos hogares de inocentes que tienen derecho a
vivir […].

Prolongar
esta situación por más tiempo, las enfermedades y miserias irán en progresión
creciente y los que ayer permanecieron indiferentes, desprovistos de ideales
revolucionarios, hoy, contrariando sus inclinaciones, se verán obligados a engrosar
las filas del enemigo, para alivio de sus males y satisfacción de sus más
imperiosas necesidades […].

Inspirado
en las ideas de patriotismo y de justicia, con que siempre he sellado mis actos
y penetrado de las amarguras por que atraviesa la República, os invito para
que, eliminando toda idea personalista, ayudéis a luchar por la salvación de
este suelo que nos vio nacer.

El General en Jefe Emiliano Zapata

“Manifiesto a los habitantes de la
República” cuartel general de Tlaltizapan, Morelos, 16 de febrero de 1918.
Archivo histórico UNAM, fondo Gildardo Magaña. En La Guerra Zapatista
1916-1919
, Francisco Pineda Gómez, Ediciones Era, México, 2019, Pág. 64.

Sin embargo, el
capitalismo, aunque pareciera que agoniza (igual que en aquel entonces), sigue
pataleando, entra en un dilema entre cuidar la salud de la población y el
paralizar o no la economía. Si la gente no trabaja, se detiene la producción de
mercancías y ¿la ganancia…? Por eso, los empresarios necesitan que la gente
salga a trabajar, aún a sabiendas que pone en riesgo la salud. Primero están
sus ganancias, y el virus del COVID-19, hace que ésta contradicción se
visualice. No hay que dejar de observarla. Al “Quédate en casa”, se opone el “Regresen
a trabajar.”

Nosotras, nosotros, desde la Casa de todas y todos… aún en medio de la pandemia, vemos que es necesario no dejar de ver el lado histórico y realista de la historia, de nuestro país y del mundo. No perder de vista cómo el imperialismo, fiel a sus convicciones de rapiña y despojo, aprovecha éstas situaciones para no dejar de “golpear” a países como Venezuela, Cuba o Irán y que por lo mismo, mientras exista el imperialismo, no podemos dejar de ser pensantes, de continuar organizándonos, no hemos dejado de luchar y por lo tanto debemos continuar  Viviendo por la Patria o Morir por la Libertad.

Grupo Editorial de la
Casa de Todas y Todos.




Abril, 2020:

“Sólo quien ama con pasión a su pueblo,  puede odiar con la misma intensidad a quien le oprime: el imperialismo”.

Abril del 2020 es uno diferente a otros, tanto en México, nuestro país, como en el mundo entero. Vivimos el forzoso cambio de nuestra cotidianidad, nos vemos obligadas y obligados en adaptar formas de convivencia que no son las nuestras: vemos calles vacías, medios de transporte tan desabastecidos como los almacenes de abarrotes y víveres, histeria dentro de los hospitales; estamos limitadas de abrazar o dar la mano a nuestras amigas y conocidas; debemos abstenernos de nuestras reuniones para platicar o para celebrar cualquier acontecimiento pretexto para convivir, quienes pueden pagarlo, salen con cubrebocas y antibacteriales. Nos preguntamos: ¿La ficción rebasa a la realidad o la realidad rebasa la ficción?

Dentro de este
cuestionamiento, retomamos a Nestor Kohan, reflexionando sobre los contextos
inesperados: “¿Tendrán
por fin razón los preconizadores del “fin del trabajo” (Jeremy
Rifkin), el “agotamiento de la política” (Daniel Bell), el ocaso de
los “grandes relatos” (Jean-François Lyotard), el “fin de la
historia” (Francis Fukuyama), la opacidad de la
“forma-sindicato” (Toni Negri)? ¿Habremos llegado acaso al fin del
capitalismo senil?”.
Estás, son
preguntas, hacia las que aún no tenemos respuesta.

Sin
embargo, permanecemos nosotras y nosotros con perseverancia, como lo hemos
hecho por 50 años: resistiendo. Por eso, no dejaremos de escribir nuestras
efemérides para recordar a los compañeros y compañeras que nos dejaron
principios éticos y morales irrenunciables, ni de expresar la opinión de
compañeros que, aspirando a la colectividad, participan en el Grupo Editorial
con sus aportaciones.

En abril, conmemoramos el nacimiento de los compañeros Ricardo y Fidelino, quienes forman parte de la Lista de Ocosingo; además, del de la compañera Soledad, quien a los 24 años fue asesinada por el Ejército Federal en San Miguel Nepantla en 1974. Ella fue de las primeras compañeras en incorporarse como militantes profesionales a la organización madre Fuerzas de Liberación Nacional. Para recordarla, extraemos una semblanza del compañero Mario: “Porque para ella la revolución era sinónimo de amar. Sólo quien ama con pasión a su pueblo puede odiar con la misma intensidad a quien le oprime: el imperialismo. Amaba sobre todo a los niños, como si fueran propios…” [http://casadetodasytodos.org/editorial/abril-soledad-ricardo-y-fidelino/].

Abril es también el mes en que oficialmente se celebra el Día del Niño conmemorado en México cada 30 de abril desde el año 1924; instituido por la Organización de Naciones Unidas después de la Declaración de Ginebra en la se reconocieron por primera vez los derechos del niño (y las niñas, apuntamos); sin embargo, la aparición de la niñez en la Constitución se ha convertido en una celebración sin arraigo, ni repercusión, carente de historia.  Este día ha sido tomado por la mercadotecnia desmedida legitimándola como una celebración que se vuelve de consumo “obligatorio” a nivel nacional desde las escuelas, iglesias, instituciones e industrias que, oportunistas, se suman a las fechas registradas en el calendario publicitario para servir al mercado de la desigualdad, mercantilizando una etapa del desarrollo para reducirla al del consumo.

Ante
esto, nosotras mostramos otras preocupaciones sobre la infancia, la infancia
que crece hoy y que hereda las consecuencias de una sociedad de consumo que
conocemos bajo el imperio neoliberal, un mundo en el cual un 1% de la
población, integrada por dirigentes políticos, desde el Estado, la monarquía,
la iglesia, deciden el destino de la clase trabajadora, ejecutando políticas de
exterminio, dando prioridad a mantener la producción económica por encima de la
vida humana; lejos de la opulencia comercial que pueda significar, vemos los
niños y las niñas como humanos en desarrollo, conscientes de su entorno. Para
ello nos apoyamos en J.R. Ubieto con lo siguiente:

“La infancia no es un momento
cronológico, sino un tiempo lógico tal como mostró el psicoanalista Jacques
Lacan (1971). La infancia es un primer tiempo para mirar, un tiempo abierto a
lo inacabado, a lo que está por venir y por construir. Un tiempo también para
fracasar y aprender de los tropiezos. Un tiempo para las sorpresas y la
curiosidad. El saber que allí se explora, incluido por supuesto el saber sobre
el sexo, tiempo habrá de ponerlo a prueba más tarde, en el «despertar de la
primavera». Es un momento lógico necesario, decía también Freud (1981), para
formar aquellos síntomas y defensas, como el pudor, la vergüenza, los ideales,
con los que hacer frente a ese real que constituye lo más íntimo y propio de
cada uno. Es el tiempo en el que la sexualidad y la muerte se viven pero
necesitan ciertos velos antes de abordarlas directamente. Por eso no se puede
eliminar ese tiempo de latencia, en el que cada uno y cada una vamos
construyendo lo que será después nuestro modo singular de estar en el mundo.”
(2018; p.65).

Si las sociedades
capitalistas, bajo la cortina parental de la protección y de la vigilancia, son
el ejemplo tangible de la destrucción de los sistemas de protección social y
las garantías individuales, les ofrecemos nuestra nula confianza. Creemos que
han convertido las luchas de los derechos sociales ─como derechos laborales
para los y las obreras del mundo, la reducción de horas laborales y la
eliminación del trabajo infantil- en exigencias mancilladas por las políticas
neoliberales dentro del capitalismo mundial.

La visibilidad de
las infancias frente a un mundo desigual tuvo 
presencia desde el S. XVIII a partir de las sociedad industriales en las
que niñas y niños fueron sometidos y controlados -como en muchas partes lo siguen
siendo- para la satisfacción del capital ya sea desde el manejo de máquinas,
limpieza, servidumbre, entre otras. Y como bien dice Coriat (2008), estas
imposiciones forman parte de “las
primeras políticas burguesas sistemáticas de administración de la fuerza de
trabajo”
. Así se legitimó la desigualdad de la niñez quienes, junto a la
figura de la madre, forman el núcleo invisible del sistema, pasando como
figuras desapercibidas cultural y socialmente por medio del control, el
sometimiento y la desmedida explotación.

La imposición
dominante de la explotación y el utilitarismo al que se exponen las infancias
en realidades inhumanas de inequidad e injusticia social, han seguido el patrón
de convertir cuanto sea posible en mercancía, como el amor, el juego, la
recreación y especialmente lo que nos interesa en esta editorial, la
reproducción social; ya que consideramos que desde el nacimiento mujeres y
hombres, son convertidos en dóciles y homogéneos reproductores de la dominación
capitalista y patriarcal.

Para el sistema de
producción capitalista, toda etapa es importante para ideologizar a la
población y asignar la división sexual de los trabajos, de ello es evidencia la
distribución de las tareas de la vida cotidiana en roles, basta con pararse en
una tienda de juguetes para analizar el destino que desean para la infancia:
las niñas son el blanco de los productos que normalizan la idea de la
maternidad como único destino para las mujeres, así como las labores de cuidado
y crianza gratuita que esto conlleva, y los niños, en cambio, son educados para
la guerra y la competitividad. Los videojuegos, por ejemplo, normalizan la
concepción de que el ejército (estadounidense, generalmente) no solo es el
“bueno” sino que es con quien hay que organizarse para combatir. Bajo la mirada
imperialista, es desde la infancia que se edifica al soldado.

Dentro de la
modernidad se intenta que domine un aprendizaje normalizado y sistematizado
para los intereses de grupos de élite, políticos y económicos: aunado a la otra realidad reducida para las
infancias como la sobreprotección y la normalización de comportamientos y
modelos de hogar o familia que difícilmente pueden ser adoptados por las clases
obreras y trabajadora de servicios.

El reclamo de las y los que soñamos con las infancias no controladas es que erradiquemos la idea de un único plan para las niñas y los niños, y que formemos, a través del acompañamiento para la subsistencia en la vida, se incluya el vínculo de la palabra y la conversación. Fomentamos así, un acompañamiento diferente que nos haga responsables a todas las personas de una crianza colectiva, con el objetivo de que, al salir de la infancia y hacerse mayores, sean personas responsables, sin la tentación del parasitismo (dependencia objetos), la inhibición (saber, trabajo) o la violencia (auto/hétero).

El infante es,
cuando no el presente, la futura clase trabajadora que será oprimida para
sostener el sistema de producción. La práctica capital es considerar la infancia
como fuerza de trabajo en vías de desarrollo, y bajo esa óptica, se encuentra
el otro extremo: la vejez. Quienes ya brindaron su fuerza de trabajo y que
ahora, al no estar insertos en la cadena de productividad, viven el horror de
la “medicina de guerra”.  Sobrevive el
que va a continuar con las labores de vida, asistimos con desconcierto a la
crisis sanitaria.

Consideramos criminal la política
que reduce la dignidad humana para valorar un ser humano según su fuerza de
trabajo. Mostramos con un botón que basta para ver al capitalismo en su grotesca
expresión, por si quedara alguna duda, una nota de prensa de un diario español
reza: Multimillonarios de EEUU reclaman
la vuelta al trabajo aunque eso suponga que muera gente
– [http://www.eldiario.es//internacional/coronavirus-EEUU_0_1009649972.html]:

“Podemos traer gradualmente de vuelta a esas personas
y ver qué sucede. Algunos enfermarán, algunos incluso puede que mueran, no lo
sé-“

 dice uno de ellos. Y continúa, “los multimillonarios norteamericanos con
mucho dinero metido en fondos de inversión lo tienen claro: hay que volver al
trabajo cuanto antes y, si eso supone la pérdida de vidas humanas por el
aumento de contagios, ese es un riesgo que hay que asumir”.

La postura que esta
nota nos muestra, contrasta con los principios internacionalistas de países
como Cuba, que nuevamente brinda una lección moral, ética, social y humana al
mundo entero al enviar sus brigadas de médicos y enfermeras a diferentes países
como a Italia. Precisamente a la ciudad de Lombardía llegaron 52 especialistas
cubanos, tal como antes lo hicieron al apoyar la lucha contra el ébola en
África, el cólera en Haití y en el terremoto que afectó a miles de personas en
Pakistán y también lo hacen en China, en países como Venezuela, Granada,
Nicaragua, Surinam y Jamaica, solo por mencionar algunos.

Si aquellos que son
nuestros representantes, son los mismos que sirven al capital, que profundizan
la brecha de la desigualdad, que usan a los grupos vulnerables para producir
ganancias a su complacencia sin la mínima de ética, están en el lugar
equivocado. Se les reprocha explícitamente su falsa soberanía y se niega su
falso paternalismo protector. La crisis sanitaria actual hace visible la
división de clases y las políticas de exterminio de los grupos políticos en el
mundo. Los parques y las escuelas lucen como territorios fantasmas, no se mira
la ternura de la infancia en ningún lado.

 La vulnerabilidad de la vida, en todas las
etapas de desarrollo del ser humano, nos pone ante la urgente necesidad de
volver a considerar los paradigmas bajo los cuales nos organizamos como
sociedad.

CORIAT, Benjamin.
El taller y el cronómetro. Ensayo sobre el taylorismo, el fordismo y la producción
en masa. 14a ed. México: Siglo XXI, 2005. ISBN 968-23-1571-9.

Ubieto, J. R.
(2019). Los malestares actuales de las infancias. Revista Catalana de
Pedagogia, 63-87.