Posted On 7 febrero, 2016 By In corresponsalias, Economía, Nacional With 4131 Views

La depreciación del peso mexicano

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Corresponsalía del Dr. Pascal

“vosotros sois los primeros hijos de México y os quieren arrebatar vuestra Patria”
Gral. Ignacio Zaragoza

El alza de la tasa de interés anunciada hace unos meses por la Reserva Federal de los Estados Unidos (FED), y ejecutada en fecha reciente, ha generado que las monedas de los países periféricos, también nombradas economías en transición, se hayan depreciado respecto al dólar.

La depreciación es consecuencia de que esta alza hace más atractivos los instrumentos financieros emitidos por y en los Estados Unidos de América (EUA), estimulando que el capital dinerario abandone el territorio de los países periféricos para colocarse en EUA.

La depreciación se intenta contener a través de la intervención de los bancos centrales de los países afectados. El “éxito” de dicha intervención está en función de dos factores; por un lado las reservas acumuladas; el otro, por la exposición de las transacciones productivas y comerciales del país en relación al mercado mundial. Esto explica que la variación porcentual en la depreciación de las monedas de los países periféricos difiera. En unos países la depreciación ha sido mayor que en otros, pero en general la depreciación ocurrió respecto al nivel del tipo de cambio que prevalecía antes del alza de la tasa de interés ejecutada por la FED en fecha reciente.

Lo relevante –para nosotros– es que la depreciación del peso mexicano representa la prolongación del deterioro del poder adquisitivo de la población; en particular, de aquellos hogares constituidos por la clase trabajadora.

legarretaAlgunos sectores, asociados al poder político mexicano, han intentado argumentar sobre algunos supuestos beneficios de la depreciación del peso mexicano; que si las remesas que llegan mes con mes rendirán más y fortalecerán el mercado interno; que con la devaluación crecerán las exporaciones, al reducirse los precios de las mercancías mexicanas en el mercado internacional. El colmo de esta nefasta comunicación política, ha sido el diálogo entre un par de “estrellas” de un programa matutino de la televisión nacional, quienes siguiendo con pericia las líneas del teleprompter, afirmaron ante el público que no hay motivos para preocuparse por la depreciación del peso frente al dólar; fuera de cámara, al menos uno de los dos ha afirmado lo contrario, dejando en claro que sólo cumplía con su trabajo de mercachifle.

Es importante realizar un análisis de cuáles son los efectos concretos de la depreciación del peso en la vida económica del pueblo trabajador.

Sobre las remesas, podemos afirmar que -si bien “rinden más” ante un peso depreciado- son un paliativo a las enormes carencias económicas de buena parte de la población. Las remesas, como tal, no tienen el alcance para contrarrestar, desde los bolsillos de las familias que las reciben, una estructura económica dispuesta para expoliar a la clase trabajadora. A lo más, permiten la subsistencia o, en el mejor de los casos, una muy limitada movilidad social.

Ahora bien, sobre las exportaciones; si exportáramos mercancías sin comprar bienes intermedios del exterior, los capitalistas localizados en el territorio mexicano (no decimos capitalistas mexicanos, pues el capitalista no tiene más patria que el dinero) estarían “saltando” de la emoción, ya que las mercancías que les compran los del resto del mundo resultan ser más baratas cuando la moneda se deprecia. Pero esto no es del todo así.

La actual depreciación ocurre en una economía mundial en crisis. Una de las consecuencias de dicha crisis es que la demanda mundial se encuentra deprimida. Por ende, las exportaciones estimuladas por una depreciación, no podrían ser propulsoras de las economías que exportan sin importar, ya que no hay un aumento real en la demanda.

Lo cierto es que un amplio margen de la producción de mercancías hechas en México requiere de la importación de mercancías (insumos, maquinaria, herramienta). Esto explica –en parte– que la relación comercial de México registre un déficit comercial: el valor de las importaciones es superior al valor de las exportaciones. Cuando los capitalistas en territorio nacional producen mercancías, ya sea para abastecer el mercado nacional, o para exportar a otros países, requieren comprar mercancías, sobre todo proveniente de EUA, las cuales se adquieren tomando como referencia al dólar.

La depreciación significa que ahora el dólar vale aún más respecto al peso mexicano, por lo que los costos para producir las mercancías se incrementan en la medida que para producirlas en México se requiere de importar otras mercancías que se compran con dólares.

Dicho incremento del costo de producción, resultado de la depreciación -y a pesar de la intervención del banco central mexicano- obligará a los capitalistas localizados en territorio nacional a defender sus márgenes de ganancia; aquellos que no lo hagan así, o que no lo logren, saldrán del mercado.

Esta defensa de los márgenes de ganancia por parte de los capitalistas, toma la forma de un ajuste ante el incremento de los costos de producción, y dicho ajuste consiste en traspasar este incremento, ya sea a los precios finales de las mercancías, o conteniendo el venidero incremento de los salarios nominales, esto es, negando un salario más alto a los trabajadores del campo y la ciudad. En ambos casos, el resultado afecta de manera negativa el poder adquisitivo de los hogares mexicanos, ya que el costo de la vida se incrementa con la depreciación.

El sector productivo localizado en México que importa mercancías, pero que no está expuesto a la competencia internacional, por ejemplo, ese sector de capitalistas cuya mercancía es un servicio, tiene la posibilidad de traspasar todo el incremento del costo de la producción hacia el precio final. Por ello es posible -y muy probable- que en fechas próximas se observe un alza de las tarifas de dichos servicios (luz, telefonía, internet).

Si los productores de estos servicios no optan por el incremento de las tarifas, aun así, buscarán reducir el incremento del costo de producción, a través de proseguir flexibilizando el funcionamiento del mercado de trabajo, como hasta ahora lo han venido haciendo. Y la mentada flexibilización laboral no es otra cosa que la ruptura de los viejos convenios laborales, protectores de ciertos derechos y beneficios para el trabajador, en favor de modalidades de contratación que benefician exclusivamente a los patrones capitalistas.

Si el sector productivo localizado en México importa mercancías, y además está expuesto a la competencia internacional, es decir, en los casos en los que esa misma mercancía es también ofrecida en territorio nacional por capitalistas del resto del mundo, debido a los tratados comerciales que el gobierno mexicano ha firmado, los capitalistas optarán por traspasar el incremento del costo de la producción conteniendo los salarios, ya que si optaran por traspasar el incremento del costo al precio de los bienes finales, perderían mercado frente a sus competidores que se encuentran en otras partes del mundo. Y ante esta posibilidad, nuevamente, el poder adquisitivo de los trabajadores, se ve afectado.

Aquellos productores que ni con estas medidas de ajuste logren alcanzar los márgenes de ganancia previos, debido a que el aumento del costo de producción -a causa de la depreciación- sea superior a la posibilidad de la reducción del costo laboral, se irán a la quiebra, con el consecuente correlato del desempleo. Y en este mismo sentido, también hay que considerar que, si la deuda de las empresas está en dólares, la depreciación actual eleva el monto que deben que pagar, provocando la contracción de su gasto, lo que afectará la demanda de trabajadores – manteniendo o acrecentando los niveles de desempleo.

Estas distintas posibiles respuestas del capitalista localizado en territorio nacional ante la depreciación del peso, brotan por la estructura heterogénea de la producción de mercancías en México. Hay ramas expuestas a la competencia mundial y otras aún no expuestas; muchas -no todas- dependen de la importación de insumos para la producción; otras tantas funcionan con un elevado grado de endeudamiento. No obstante, el resultado es que el traspaso, ya sea vía precio final o vía contención salarial o con la combinación de ambas medidas de ajuste, recaerá en el poder adquisitivo de los mexicanos.

A estos factores se debe agregar que el ingreso gubernamental se verá afectado, ya que ahora es más atractivo, para el gran capital, adquirir bonos emitidos por el gobierno de EUA, que mantener el capital en moneda mexicana; es más redituable, pues, invertir en la moneda norteamericana que en la nacional.

Esto conduce a una reducción del gasto gubernamental en los subsecuentes años; aunado a ello, dicho gasto ha sido ya gravemente afectado por el actual precio mundial del petróleo, ahora a niveles bajísimos -incluso por debajo de su costo de producción. El impacto de la depreciación en las finanzas públicas contribuirá a que persista, y se amplíe, el incumplimiento de las funciones sociales –educación, salud, vivienda– por parte del gobierno, precarizando aún más la economía familiar de la clase trabajadora.

Desde un enfoque más amplio, esto se traduce en que el paisaje mexicano siga empobreciéndose, generando “ninis”, desempleados, empleados precarios, clínicas sin medicamentos, jornadas de trabajo extensas, inundación de mercancías provenientes de China, aumento del costo de los servicios privados y públicos, quiebra de empresas, migración y, imposible omitirlo, crecimiento del “trabajo” en la empresa del narcotráfico, con su inevitable correlato de violencia.

La historia económica de los países de América Latina revela que la depreciación de la moneda nacional siempre deriva en la combinación de inflación y contracción de la producción. Dicho comportamiento ha sido asumido, por parte de la clase política mexicana, como una ley inquebrantable; esa misma clase política ha ido entregando los instrumentos fundamentales de control de la economía, como la banca central -supuestamente autónoma-, a los dictámenes del capitalismo contemporáneo, complicando aún más la ruptura de los eslabones que encadenan en la pobreza a trabajadores, del campo y la ciudad, en nuestro páis.

De la clase política mexicana no vendrá la alternativa que contribuya a mejorar el bienestar de la población, no les interesa suprimir el ciclo inherente del funcionamiento del capitalismo. Incluso los sectores de la clase política que intentan diferenciarse del carácter mafioso y criminal que impera en el Estado mexicano, se han rendido ya a las leyes económicas del capitalismo en su configuración actual: las dejan hacer y las dejan pasar. Lo consideran imposible de alterar. Y no es falso afirmar que, en esas leyes económicas, lo que cobra cuerpo es la guerra hasta el infinito contra los pueblos del mundo, y contra el pueblo mexicano. ¡Acabemos de raíz con la guerra!

*Ilustraciones, corresponsalía de Insólito.

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