Posted On 4 septiembre, 2017 By In Editorial With 2406 Views

Siempre con el agredido, nunca con el agresor.

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Son tiempos tristes para nosotras y nosotros. El esfuerzo principal de la Casa de todas y todos ha sido el de recuperar la memoria de nuestra organización madre, las Fuerzas de Liberación Nacional. Hemos hecho un esfuerzo por dignificar su historia, oculta por décadas, para que los pueblos en su proceso de lucha y resistencia contra el imperio del capital, conserven en sus saberes algunos de los elementos prácticos que permitieron la construcción de un ejército del pueblo que, en su momento, encabezó una ofensiva popular a favor de sus más elementales derechos y libertades.

Este esfuerzo se concretó en varias pláticas y presentaciones en diversos puntos de la geografía nacional e internacional; primordialmente, cristalizó en dos libros –falta un tercero, en proceso- que se han vendido, canjeado o regalado a muchas personas interesadas en leer los documentos originales, históricos, que sirvieron de  guía y soporte para la construcción de todo ese camino organizativo llamado Fuerzas de Liberación Nacional.

Esos libros llegaron a manos de jóvenes estudiantes, de mujeres y hombres trabajadores del campo y la ciudad; llegaron a manos también, indudablemente, de compañeras y compañeros antiguos, que corrieron los riesgos de la persecución, encierro, muerte, en pos de la liberación nacional. Manos de viejos compañeros que nunca fueron tocados por la luz del reflector; algunas de esas manos, fueron indígenas. Compañeros que en años anteriores, y que por circunstancias que no toca a nosotros explicar, habían pertenecido a ese ejército del pueblo. Compañeros que se negaron a entrar a otra organización, y poco a poco  olvidar las lecciones aprendidas por medio del callado esfuerzo.

La tristeza que nos aflige, que nos convoca a estas palabras, tiene un nombre: Amalia. Ella es una mujer indígena, de 38 años, madre de nueve hijos, joven abuela de dos criaturas. Su esposo, su familia entera, como tantas otras, participaron en la silenciosa conspiración insurrecta que condujo al primero de enero de 1994. Amalia presentó problemas de salud a inicios del 2016; la salud le fue  negada en los servicios autónomos, por motivaciones políticas. Fue necesario trasladarla a la ciudad de Monterrey para que fuera atendida. Ahí, ella y su esposo entraron en mayor contacto con esta Casa de todas y todos.

Al regreso a su pueblo, comenzaron las acusaciones en contra de ambos compañeros: de ser progobierno, de leer los Cuadernos de Trabajo “Dignificar la Historia” y en el ejercicio de las más elementales libertades democráticas, plantear cuestionamientos. Sin más justificación que la fuerza, a mediados de julio fueron expulsados de su comunidad, por parte de las autoridades autónomas, en obediencia a los dictados de “la comandancia”. Desde entonces, viven desplazados en otra ciudad, lejos de su tierra, de sus familias, de sus pertenencias, de su espacio de trabajo y vida.

Sabemos que estas palabras son duras de entender para muchos de quienes esto leen. Son duras de entender para nosotros mismos. Amalia y su compañero, sus hijas e hijos, no cometieron ningún delito, no trasgredieron ninguna ley. Simplemente leyeron y hablaron de la historia de esas tierras. De los caminos organizativos que llevaron a que un día se iniciara la constitución de un ejército del pueblo, en sus propias comunidades. No se trata de personas que, lejos de toda ética y toda conciencia sobre el bien de sus pueblos, vinculados a partidos políticos de cualquier color, se dedica a ofender, agredir o masacrar a los organizados. No. No se trata de quienes han disparado su arma o blandido el machete contra quien se organiza. No. Se trata de una pareja, y su familia, que decidieron estudiar la historia, hablar de ella, y cuestionar lo más elemental de la vida política del lugar donde les tocó vivir.

Es por ello que suscribimos la denuncia que el Observatorio Mexicano de  Derechos Humanos A.C. ha presentado públicamente. Es por ello que nos vemos forzados a convocar la solidaridad de quienes puedan apoyar a Amalia en esta lamentable situación.

A mediados de los años ochenta, desde el seno de las Fuerzas de Liberación Nacional, nació una Organización intermedia, llamada Asociación de Mujeres Mexicanas. Desde su actuar político, decenas de mujeres de todo el país compartieron experiencias de resistencia, lucha y organización; mujeres estudiantes acompañaron a mujeres indígenas campesinas; amas de casa conocieron la realidad de mujeres obreras. Se hicieron encuentros, talleres, publicaciones. Por motivos que en otro momento se conocerán, esa y otras organizaciones intermedias surgidas de las FLN dejaron de lado sus tareas políticas y se dedicaron a otras necesidades, más apremiantes, luego del levantamiento armado de 1994.

Hoy, ante la necesidad de acompañar a Amalia y su familia en este litigio por volver a su pueblo, contra el cual nunca ha hecho nada, buscaremos nuevamente la creación de un espacio organizativo de mujeres, para enfrentar esta y otras tantas, miles, millones de injusticias que la mujer mexicana sufre día a día. Nuestra tristeza sólo devendrá en esfuerzos redoblados que garanticen que mañana, algún mañana posible y cierto, la injusticia deje de ser.

Hacemos este llamado desde la misma casa que vio salir a la compañera Murcia hacia la selva lacandona en 1971, dispuesta a organizar a las comunidades indígenas y no indígenas en la lucha por su dignidad.

Recordamos este mes de septiembre al compañero Mario, la compañera María Luisa, que nacieron en este mes y en el que la compañera Lucha falleció, y que todos los mexicanos llamamos el mes de la Patria.

 

Año del bicentenario de Xavier Mina, Septiembre de 2017

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