“Pancho”, Francisco” o “Frank” son para nosotros la misma persona

Se trata de
nuestro compañero Comisario Político más activo de las FLN de México.

Hoy nos
deja, su recuerdo y sus enseñanzas perduran.

En 1979 ingresó a nuestras casas siendo muy
joven. Como dominaba dos idiomas nativos y hablaba también el castellano,
sirvió como intérprete y militante del trabajo político en las comunidades,
explicando y organizando entrenamientos y sobre todo cursos políticos.

Después, en 1983, fue uno de los primeros tres campesinos
indígenas fundadores en formar las filas del EZLN. Su trabajo consistía en
bajar de la montaña y visitar las comunidades para integrarlas a la lucha. Poco
a poco en 10 años, de 1983 a 1993, las FLN pasaron de ser un movimiento
político-militar, con estructuras verticales, de mandos a subordinados, a una
organización política de nuevo tipo, o sea, democrática y al mismo tiempo
militar.

Son muchos los trabajos que Frank desarrolló y próximamente en nuestro IV libro de la serie Dignificar la Historia, incluiremos su último aporte político.

Los restos del compañero Frank, en su comunidad natal Lázaro Cárdenas, donde le acompañan familiares y compañeros.

Sin duda una vida dedicada a ¡Vivir por la
Patria! o ¡Morir por la Libertad!

Comandante I. Germán

25 de julio del 2020




Transmisión en vivo del converatorio “Vigencia de la lucha antiimperialista: 230 años de Xavier Mina”

Intercambio de visiones entre historiador e historiadora del País Vasco y México, pueblos hermanos.

vigencia de la lucha antiimperialista: 230 años de Xavier Mina

Conversatorio México y el País Vasco

Posted by Casa de Todas y Todos on Sunday, June 30, 2019




¡Zapata vive!

Francisco Pineda Gómez

Fragmento del libro de próxima aparición, La guerra zapatista, 1916-1919. Se publica en Proceso con autorización de Ediciones Era.

Chinameca, Morelos, jueves 10 de abril de 1919. Luego de un toque de
clarín, la tropa del ejército carrancista ensilló y emprendió su marcha rumbo a
Cuautla. El sol comenzaba a esconderse en el monte; eran las seis y media de la
tarde.

El cuerpo
del general Emiliano Zapata cabalgó, por última vez, con el pecho sangrante y
amarrado, a lomo de caballo. Hombres, mujeres y niños de la Tierra Caliente
salieron a ver la columna militar que pasaba por las rancherías. En la noche,
la partida arribó a Cuautla.

Ese día,
en Palacio Nacional, Venustiano Carranza se reunió con “prominentes hombres de
negocios” de Chicago. En sus “carros palacio” de ferrocarril, con fotógrafos y
cinematografistas, también llegaron a México contingentes de las compañías petroleras,
mineras, industriales, comerciales y bancarias de Estados Unidos.

Mr. J. H.
Haile, presidente de la Cámara de Comercio de San Antonio, Texas, expresó
alegremente: “en México no ha habido revolución”. Mientras tanto, acorazados
yanquis se colocaron frente a la costa de Tampico para exigir la entrega
incondicional del petróleo mexicano.

Coronel José Carmen Aldana, Ejército Libertador:
Íbamos a ver el cuerpo pa’ saber si jue Zapata o no. Por eso dormimos ahí […].
Ya llegamos, estaba la gente afuera […]. Nosotros buscábamos el dedo, acá mocho, aquí.
Dice un guacho: “Ora sí cabrones, ya quedaron huérfanos, ya su padre se lo llevó la chingada. Despídanse de su jefe”.
Agarraban la mano del jefe así y otros por ver su dedo. ¡Adiós, mi general!
Dicen: “Ahora, despídanse de su padre”.
– Sí, adiós mi general. Se nos acabó el orgullo.
– Es Zapata, ¿verdad que él es? ¿Cómo jijos de la chingada dicen que no? ¡Ése es Zapata!
– No es. ¡No es, cabrones!
Les metían chingadazos.

En
Cuautla, el jefe de la operación para asesinar a Zapata, general Pablo
González, ordenó que el doctor Loera inyectara el cadáver a fin de que fuera
exhibido en la Inspección General de Policía. Miles de personas desfilaron
delante del cuerpo; no sólo eran habitantes de Cuautla y poblados de la región,
también llegaron de la ciudad de México.

¿Están
completos los dedos de la mano derecha? ¿Tiene el lunar de la cara? ¿La
cicatriz de una cornada en la pierna? ¿Y el lunar con forma de mano en el
pecho? De inmediato, se expandió un rumor en el pueblo. No es Zapata.

Eusebio
Jáuregui –campesino de veinticinco años de edad, antiguo jefe de la escolta de
Emiliano– al principio sostuvo que el cuerpo no era de Zapata, pero después se
desdijo. La prensa aseguró: “todos confirman la declaración de Jáuregui hecha
ante el notario público”. Dos días después, en el panteón municipal de Cuautla,
Jáuregui fue fusilado por un pelotón carrancista.

La
soldadesca se exaspera, maldice, golpea, fusila. “No hay ninguna duda. ¡Es
Emiliano Zapata!” Los diarios hacen eco. “Las dudas hechas nacer por los
escépticos o por los interesados en cultivar aún la incredulidad de los
zapatistas in mente, desapareció al
fin: Zapata identificado hasta por sus partidarios y parientes, lo fue sin duda
en todo el país, por las fotografías que del cadáver ha publicado la prensa.”

Capitán segundo de caballería Serafín Plasencia Gutiérrez, Ejército Libertador:
Y dice: “¿Usted, conoció a Zapata?”
–Sí, cómo no.
–Pase a ver.
Ya pasó a ver. Zapata tenía una cornada aquí, mire, en medio de la pantorrilla. Sí, lo alcanzó siempre el toro y le agarró aquí. Tenía aquí un lunar negro, de este lado, grande […]. De menos tenía que tener la cicatriz. Tenía un dedo mocho […]. Y el muerto no tenía nada de eso.
Por esa razón dijo ese jefe: “No es. No es, señor Guajardo”.
–Ah, ¿no es?

Que lo fusila, luego, luego. Claro que, después, la gente pues tenía miedo; todos decían, aunque no fuera, pues que él es, que él era y que sí fue.
Y a última hora, fue Juan Bustamante; el que mandaba los toros y todo el ganado de Coahuixtla, fue el caporal. Y le dice Guajardo: “¿Usted conoció a Zapata?”
–Cómo no lo voy a conocer, era mi compadre.
Y, luego, luego, pasó. Luego, dijo que no era.
Que le dice: “¡Ey, Guajardo!” –ése sí le contestó feo– “pendejo, no tengas ciego al pueblo. ¡No es!”
Y que lo sacan a culatazos a Juan Bustamante.
Entonces, que entra el señor Mora.
–¿Usted conoció al señor Zapata?
–Sí, cómo no.
Había sido mayordomo, después ayudante, había sido de la hacienda de Coahuixtla, y que entra. Luego, vio que no era.
–¿Es Zapata o no es Zapata?
Le dice: “Ay, señores, me van a matar por la mentira. Mátenme por la verdad. ¡No es!”

El sábado
en la tarde, ocho prisioneros rebeldes, escoltados, entraron a la pieza donde
se exhibía el cadáver. El pueblo se había congregado ya en la plaza. Tres
mujeres –unos reportes dijeron que primas; otros, que sobrinas de Zapata– se
negaron a encabezar el cortejo fúnebre. En su lugar, desfilaron los generales,
tenientes coroneles, mayores y oficiales del ejército federal, según los
diarios.

Fotógrafos
y camarógrafos registraron escenas para la prensa y el primer noticiario
cinematográfico de la capital. La multitud se agolpaba y la marcha inició con
dificultad rumbo al cementerio. Al caminar, se abrieron puertas y ventanas.

El
féretro fue conducido a hombros por los presos zapatistas Encarnación Vega,
Manuel Vega, Rafael García, Serapio Marca, Carmen Morales, José Romero, José de
la Cruz y Jesús Guzmán.

Afuera
del panteón, la muchedumbre abrió paso. El cadáver de Zapata fue llevado a una
fosa situada a la izquierda de la entrada, en la segunda fila, cerca de la
pared que limita el cementerio. Su cabeza quedó orientada a la puesta del sol,
muy cerca de un árbol de guayaba.

Mayor de caballería Félix Vázquez Jiménez, San Juan Ixtayopan, Tláhuac, Ejército Libertador:
¿Y no decidieron licenciarse?
Pues, yo por mi parte no, señorita. Pero, mis compañeros sí se licenciaron.
Y usted, ¿por qué no se licenció, si ya la mayoría había dejado las armas?
Pues, porque yo dije que nunca me iba a rendir; que mejor aventaba las carabinas, pero ser rendido nunca.
¿Qué pensaba usted hacer?
Pues nada [llora]. Es triste de que esté uno con… Agarra uno a Emiliano Zapata… se voltea uno solito… Pues, mejor muerto, que ser rendido.

Arrodillada,
una señora aguardó en silencio. Antes de que los enterradores empezaran a
cubrir el féretro, la mujer se irguió, tomó un puñado de tierra y lo arrojó
sobre la caja. En seguida se retiró, secándose la cara con el rebozo. Los
golpes sordos del martillo y las paladas de tierra que caen sobre el ataúd se
escuchan a distancia, en medio del silencio profundo. Suenan las campanas: seis
de la tarde.

La
noticia del asesinato de Emiliano Zapata se propagó de inmediato en la prensa.
El 11 de abril, uno de los diarios más importantes de la capital, Excélsior, encabezó su primera plana con
caracteres rojos, a ocho columnas, con la siguiente leyenda: “Murió Emiliano Zapata:
el zapatismo ha muerto”.

Ése fue
el sentido que se quiso imponer al acontecimiento. El Universal comentó en la primera página: “Emiliano Zapata, el
jefe más tenaz de la región suriana ha muerto ya; el zapatismo, sin su viejo
hombre-bandera, ha terminado”. Por su parte, El Demócrata expresó en otro encabezado: “Ahora es fácil la tarea
de exterminar los restos del endeble zapatismo”.

Todos los
diarios de Nueva York publicaron la noticia. The New York Herald editorializó el asesinato de Emiliano Zapata,
con una incitación abierta: “Si la actividad de las tropas del gobierno de
México continúa, no es remoto predecir que Villa quedará también suprimido
[…]. El derecho a existir de cualquier gobierno de México depende de la
habilidad que demuestre para exterminar a sus enemigos”.

En ese
momento para la resistencia popular el problema no era alcanzar la libertad o
producir un modelo, sino tan sólo salir del callejón sin salida que había
impuesto el gobierno con la imagen de la muerte. Y aquella noche, en Cuautla,
se abrió una salida para ese callejón.

El poder
maquinó un rostro de muerte. La resistencia salió del encuadre, desplazando la
mirada. Buscó en la mano, en las piernas y en el pecho las señales que autentificaran
su propia verdad.

¡No es Zapata, cabrones!

¡Zapata vive, la lucha sigue!




Operaciones especiales para asesinar a Emiliano Zapata

Dr. Francisco Pineda Gómez*

Las operaciones militares para asesinar a Emiliano Zapata comenzaron en 1911, inmediatamente después de que se organizara el Ejército Libertador. Ese año, hubo cuatro intentos fallidos que muestran, desde el inicio, cuáles fueron las fuerzas y las estrategias empleadas contra la revolución campesina de México.

Primero
fue una emboscada que montó el ejército federal en Jojutla —el 28 de abril de
1911— con apoyo de Ambrosio Figueroa y Guillermo García Aragón, maderistas.
Estos últimos pusieron el ingrediente del engaño necesario para llevar a Zapata
a la trampa. Hicieron creer que harían un ataque conjunto sobre Jojutla. Pero,
antes de emprender el ataque, el general en jefe del Ejército Libertador
recibió información de cómo estaban dispuestas las fuerzas federales y
maderistas en Jojutla. Figueroa acampó cerca de la ciudad sin ser atacado,
mientras que la artillería y las ametralladoras porfiristas se habían
concentrado en la zona donde los zapatistas iniciarían el asalto. En esta
ocasión y en otras posteriores, el trabajo de información de los insurgentes
salvó la vida de Zapata.

Ambrosio
Figueroa, cacique de Huitzuco, Guerrero, tenía relaciones estrechas con las
haciendas de Jojutla, en especial con los hermanos Felipe y Tomás Ruiz de
Velasco. Desde ese campo, la oligarquía, se gestó el arreglo entre Figueroa y
el porfirismo. La iniciativa vino de Guillermo de Landa y Escandón, senador
porfirista en dos ocasiones, gobernador del Distrito Federal y sobrino del
general Pablo Escandón, hacendado y gobernador de Morelos. El acuerdo con
Ambrosio Figueroa se realizó a través del teniente coronel Fausto Beltrán,
aquél que estará al mando de la emboscada en Jojutla. Para los maderistas, el
principal resultado fue que Porfirio Díaz designara a Francisco Figueroa
—hermano de Ambrosio— como gobernador provisional en el estado de Guerrero.

Luego que
falló la primera emboscada para asesinar a Emiliano Zapata, los porfiristas
trataron de someterlo con ofrecimientos económicos. La respuesta del jefe
insurrecto fue la ofensiva: el ataque y toma de Cuautla. Pero, además, Zapata escribió
una carta que fue publicada el 10 de mayo de 1911: “Es necesario que desechen esa farsa ridícula,
que los hace tan indignos y tan despreciables y que tuvieran más tacto para
tratar con gente honrada […]. Yo me he levantado, no por enriquecerme, sino
para defender y cumplir ese sacrosanto deber que tiene el pueblo mexicano honradoy estoy dispuesto a morir a la
hora que sea”.[i]

El jefe del Ejército Libertador enfatizó
así los campos del enfrentamiento social: por un lado, el pueblo mexicano
honrado; por otro, el enriquecimiento y la farsa ridícula de los indignos y
despreciables.

Así, desde las primeras semanas de la multitud
insurrecta, quedó la marca imborrable en la memoria que guardamos de Emiliano
Zapata, como símbolo de la dignidad y la honradez, en las luchas del pueblo
trabajador mexicano.

Las fuerzas de la oligarquía

Al otro día de la toma de Cuautla, el maderismo y el porfirismo
llegaron a un arreglo en Ciudad Juárez. El secretario de Relaciones Exteriores,
Francisco León de la Barra, quedó como presidente provisional; fue abogado,
diputado y embajador porfirista en Brasil, Argentina, Uruguay, Bélgica, Holanda
y Estados Unidos.

Después,
en febrero de 1913, León de la Barra apoyará el golpe de Estado contra Madero y
nuevamente será secretario de Relaciones Exteriores. Al siguiente día del
asesinato de Madero y Pino Suárez, en Lecumberri, el canciller huertista arguyó
—ante el embajador de Estados Unidos— que su gobierno había trasladado a Madero
y Pino Suárez a la penitenciaría porque ahí estarían más cómodos, que en
Palacio Nacional, y más seguros (tal cual). Así consta en el archivo del
Departamento de Estado.[ii]
Durante su presidencia provisional se realizaron otros dos intentos para
asesinar a Emiliano Zapata.

A la
caída de Porfirio Díaz, Emiliano Zapata se reunió con Francisco Madero, el 8 de
junio de 1911, en la ciudad de México. “En atención a los servicios que ha
prestado usted a la revolución —dijo Madero— voy a procurar se le gratifique
convenientemente de manera que pueda adquirir un buen rancho”. El jefe
insurrecto le respondió enojado, “yo no entré a la revolución para hacerme hacendado;
si valgo algo, es por la confianza que en mí han depositado los campesinos”.[iii]

Entonces
se puso en marcha la siguiente operación. Si los rebeldes no se doblegaban con
ofrecimientos, había que matarlos. Éste es un procedimiento fundamental del
poder: la corrupción y el asesinato, el exterminio político moral y el
exterminio físico, para acabar con las luchas del pueblo trabajador.

En julio
de ese año, un contingente zapatista asistió a la ciudad de Puebla para recibir
a Madero y se instalaron en la plaza de toros. El campamento daba el aspecto de
una feria, relataron dos testigos, “niños, mujeres y ancianos, por centenares,
se encontraban, unos durmiendo y otros entonando canciones populares”. La noche
del 12 de julio de 1911, el ejército federal atacó a los zapatistas: el fuego
de fusilería que vomitaban las ametralladoras y los cañonazos, que disparaban a
150 metros, masacraron a las familias y a los insurrectos.[iv]

A la
mañana siguiente, Madero arribó a Puebla y visitó el cuartel del Carmen, frente
a la plaza de toros. Allí felicitó a los asesinos “por su lealtad y disciplina”,
encareciéndoles que obraran siempre así, pues era necesario fortalecer al gobierno.
Además, pidió al presidente provisional que ascendiera al coronel asesino, Aureliano
Blanquet, al grado de general.[v]

Y se
montó la emboscada. Cuando Madero se enteró de que Zapata hacía preparativos
para atacar a Blanquet, Francisco Vázquez Gómez —candidato maderista a la
vicepresidencia, en 1910— envió un telegrama que se copió en papel membretado del Estado Mayor de la Presidencia de la
República:  “Urge saber si Zapata no se ha movido para
esta capital [Puebla], vigilando sus movimientos y dándome aviso; listos
federales de confianza por si se ofrece movilizarlos repentinamente; urge orden
de que entreguen al general [federal] Agustín del Pozo $ 20,000 hoy mismo,
situación seria”.[vi]

En
seguida, Victoriano Huerta inició la ocupación militar de Morelos, con apoyo de
tropas maderistas de Veracruz, Hidalgo, Puebla, Oaxaca y Guerrero. En el primer
contingente de estas fuerzas irregulares, el mando estuvo a cargo de Cándido
Aguilar, quien después será gobernador carrancista de Veracruz, secretario de
Relaciones Exteriores y yerno de Venustiano Carranza. Ambrosio Figueroa fue
designado gobernador y comandante militar de Morelos, por iniciativa de
Francisco Madero. Éste le escribió al cacique: “Espero que su patriotismo
aceptará esa invitación y nos pondrá en su lugar a Zapata, que ya no lo
aguantamos”.[vii]

Victoriano
Huerta hizo la campaña militar “sin consideración alguna” y así lo comunicó a
Francisco León de la Barra. El País
informó que el capitán Girard Sturtevant, agregado militar de la embajada
Estados Unidos, formaba parte del Estado Mayor del general Victoriano Huerta.
Según información oficial, ese capitán enviaba sus informes a la División de
Inteligencia Militar de Estados Unidos.[viii]
A su vez, por aquellos días, David E. Thompson, el embajador saliente de ese
país, visitó al gobernador Ambrosio Figueroa y tuvo “frases cariñosas” para él.
En 1906, Thompson promovió la persecución de los magonistas y la represión a
los mineros de Cananea. También logró que el imperio controlara el agua de
riego del río Colorado, dentro de territorio mexicano.

El 25 de
agosto, Tomás Ruiz de Velasco escribió al presidente de la república, Francisco
León de la Barra: “Ayer regresó [Ambrosio] Figueroa, quebró buen número [de
rebeldes…] Zapata en Jojutla […] ¿habrá modo de eliminarlo?” [ix]

El
presidente provisional trabajaba con ese objetivo. El 31 de agosto, informó a
Huerta: “Telegrafíame Zapata de Ayala, diciéndome que sólo tiene una pequeña
escolta. Comunícolo a usted para que conozca el punto de donde me telegrafía […]
puede usted proceder con libertad de acuerdo con [Ambrosio] Figueroa y [Gabriel]
Hernández”. Huerta se dirigió inmediatamente a Villa de Ayala y atacó la
población durante una hora. Pero Zapata ya no estaba ahí. Entonces informó al
presidente que, inmediatamente, enviaría una columna para apoyar al figueroista
Federico Morales, que estaba combatiendo a Emiliano Zapata, en Chinameca. León
de la Barra le respondió con insistencia, “puede usted proceder con libertad”.[x]

Ahí, en
Chinameca, ocurrió el nuevo intento para asesinar a Zapata. El general insurgente
Próspero García Aguirre relató que, llegando a la hacienda, los rebeldes pidieron
permiso para jugar unos toros; jugaron dos días y el administrador de la
hacienda llamó por teléfono a Cuautla para delatarlos.

“Zapata estaba
comiendo en la casa de Santiago Posada, cuando le llegó el parte de que el
gobierno lo sitiaba. Salió en su caballo y, ya en el obrador, se quedó parado
con quince hombres que lo rodeaban armados. Y el gobierno ya venía,
cuatrocientos hombres armados sobre él. Se apeó del caballo, metió mano al
rifle y empezó a tirar. Montó en el caballo, se revolvió con unos y salió.
Salió con dos y él, tres. Se fue pa’l cerro”.[xi]

Al
terminar su periodo provisional, Francisco León de la Barra dio un informe al
Congreso: “el problema del desarme y dispersión de las fuerzas
revolucionarias”, en Morelos, “fue mayor que en otras partes del país”, porque
los zapatistas “adoptaron una actitud insumisa”. Luego, señaló oposiciones
significativas del pensamiento oligárquico. En un campo, Victoriano Huerta, un
“jefe de prestigio”; en el otro, Emiliano Zapata, “el jefe del movimiento
sedicioso que se hizo popular entre las clases incultas del Estado por
ofrecimientos de repartición de las tierras, sin tener en cuenta los derechos
de propiedad”;[xii] es decir, el “derecho”
de los usurpadores de tierras, montes y aguas, desde la época de Hernán Cortés.

El
general en jefe Emiliano Zapata: “¿Cómo se hizo la conquista de México? Por
medio de las armas. ¿Cómo se apoderaron de las grandes posesiones de tierras los
conquistadores, que es la inmensa propiedad agraria que por más de cuatro
siglos se ha transmitido a diversas propiedades? Por medio de las armas. Pues
por medio de las armas debemos hacer porque vuelvan a sus legítimos dueños,
víctimas de la usurpación”.[xiii]

Villa de Ayala

Las operaciones militares más elaboradas para asesinar a Emiliano
Zapata ocurrieron en Villa de Ayala y en Chinameca, noviembre de 1911 y abril
de 1919. Es decir, durante los gobiernos de Francisco Madero y Venustiano
Carranza. El rasgo distintivo, en ambos casos, fue que lograron fijar a Zapata
en un lugar, por medio del engaño, y lo atacaron con un poder de fuego
considerable.

El 6 de noviembre de 1911, Francisco Madero llegó a la presidencia, después de unas elecciones en que obtuvo menos de 20 mil votos, en un país de 15 millones de habitantes. Ese día comenzó la operación militar contra Zapata. Fuertes contingentes del ejército federal y tropas de Ambrosio Figueroa se concentraron en Cuautla. Al mismo tiempo, arribó el licenciado Gabriel Robles Domínguez, con una misión secreta del gobierno, se dijo.

La primera etapa de la operación, consistió
en hacer creer que Robles Domínguez negociaría un acuerdo con Zapata y que
Ambrosio Figueroa sería removido como gobernador de Morelos. Mientras tanto, las
tropas del gobierno hicieron exploraciones alrededor de Villa de Ayala, donde
se realizaban las conversaciones.

El 13 de noviembre, el cerco militar sobre
Emiliano Zapata ya estaba dispuesto, con artillería pesada y ligera,
ametralladoras y una emboscada a cargo Federico Morales, por si Zapata lograba escapar.

Entonces, Robles Domínguez envió un mensaje
al general en jefe del Ejército Libertador. Le comunicó que estaba sitiado y
que sólo tenía una hora para rendirse al gobierno. Pero el jefe de los
insumisos no se rindió.

Después de las tres de la tarde, en Cuautla, se
escucharon las primeras detonaciones de cañón. Por la noche, se observó el
resplandor rojizo causado por las explosiones la artillería pesada. Una parte
del cerro del Aguacate, donde los zapatistas se agruparon, estaba en llamas.

Ese día, Robles Domínguez declaró a la prensa:
“Madero, viéndose obligado a demostrar que puede reprimir la rebeldía, ha
ordenado que se obre enérgicamente”; “Madero ha determinado tomar enérgicas y
activas medidas para eliminar a Zapata y a sus seguidores”. En esa emboscada
murieron muchos revolucionarios y El País
lo festejó con un encabezado, en primera plana: “Los cadáveres de los
zapatistas fueron un festín para los buitres”.[xiv]

Emiliano Zapata, Otilio Montaño y Eufemio
Zapata, con sus tropas, lograron romper el cerco y se dirigieron a las montañas
del sur. Pocos días después, ahí, el ejército insurgente proclamó el Plan de
Ayala, “para acabar con la tiranía que nos oprime y redimir a la Patria de las
dictaduras que nos imponen”.

Artículo 1° […] “declaramos a susodicho
Francisco I. Madero, inepto para realizar las promesas de la Revolución de que
fue autor, por haber traicionado los principios con los cuales burló la
voluntad del pueblo y pudo escalar el poder; incapaz para gobernar por no tener
ningún respeto a la ley y a la justicia de los pueblos, y traidor a la Patria
por estar a sangre y fuego humillando a los mexicanos que desean libertades, a
fin de complacer a los científicos, hacendados y caciques que nos esclavizan y
desde hoy comenzamos a continuar la revolución principiada por él, hasta conseguir
el derrocamiento de los poderes dictatoriales que existen”.[xv]

A su vez, el gobierno de Madero respondió con
una ley de suspensión de las garantías constitucionales en territorio zapatista
(Morelos, Guerrero y Tlaxcala, así como distritos de Puebla y el estado de
México). Estableció la pena de muerte sin proceso judicial, hasta por tirar
piedras a las vías del tren, a fin de acabar con una sublevación que —dijo— había
tomado la forma de un “comunismo agrario”.[xvi] Con esa ley dio inicio una nueva etapa de la guerra contra la
revolución campesina de México, el ataque masivo contra la población civil.

Santa María Ahuacatitlán, Morelos, 9 de
febrero de 1912. Los zapatistas se atrincheraron en los cerros y en los
tecorrales, ahí resistieron el ataque de la artillería federal. “El tiroteo
había terminado, cuando repentinamente se levantó una densa nube de humo y
luego inmensas llamas”, escribió el reportero Leopoldo Zea. Las fuerzas del
gobierno habían prendido fuego a las casas. Las mujeres, niños y ancianos de la
población salieron de sus hogares lanzando gritos de sufrimiento. En ese
momento, los combatientes zapatistas abandonaron sus trincheras y avanzaron
hacia su pueblo incendiado. En sus rostros “se pintaba la rabia, la
desesperación y la venganza […]. El incendio volvía a los rebeldes ciegos y desesperados.
Mostráronse valientes como nunca bajo nutrida fusilería, sembrando el camino de
cadáveres cuando descendían para llegar al pueblo, buscando sus hogares que
desaparecían”.[xvii] El combate se generalizó en una extensión de dos kilómetros y la
artillería reanudó sus disparos. La ferocidad y la cobardía del gobierno revoloteaban.
Finalmente, los zapatistas lograron retomar el control de Santa María
Ahuacatitlán. A las siete de la noche terminó el ataque. La tropa del gobierno
venteando petróleo y aguardiente regresó a Cuernavaca, desde donde podía observarse
el resplandor de la inmensa hoguera.

Ésa fue la primera acción militar del
gobierno maderista en contra de la población civil. La estrategia militar genocida
será continuada por el usurpador Victoriano Huerta y, sobre todo, con fuerte
apoyo militar de Estados Unidos, por el gobierno de Venustiano Carranza.

Chinameca

El general Pablo González expresó abiertamente el racismo de la guerra
carrancista de exterminio: Emiliano Zapata “tenía que caer por el ineludible
imperio de la ley biológica que condena a los seres inferiores y deformes, y
que hará siempre triunfar a la civilización sobre la barbarie, a la cultura
sobre el salvajismo, a la humanidad sobre la bestialidad”. Para el jefe de la
guerra genocida en el sur, Zapata fue “la encarnación de la más estúpida
barbarie”, tuvo una “vida miserable y vulgar, y por su cretinismo congénito,
por su absoluta inferioridad mental […] fue simplemente un bandolero, un
criminal, un azote maldito de su propia tierra natal”.[xviii]

Ese
manifiesto carrancista —dirigido al pueblo de Morelos y suscrito en Cuautla, el
16 de abril de 1919— tuvo otro ingrediente discursivo. Pablo González designó
reiteradamente a Zapata como “caudillo”, cinco veces en tres páginas. En vida,
nadie llamó “caudillo” a Emiliano Zapata, ni sus compañeros ni sus enemigos.
Ahí, en ese manifiesto racista, está el origen de la denominación “caudillo”.
El propósito contrarrevolucionario de tal estrategia discursiva fue señalado en
el mismo documento: “Desaparecido Zapata, el zapatismo ha muerto”.

En el
mismo documento, se pueden apreciar cuestiones estratégicas de la operación
militar. La jefatura carrancista consideró la dificultad que representaba el
método guerrillero de los insurrectos, aunque no dijo lo principal que es el
apoyo del pueblo: eludían el combate regular, operaban en movimiento continuo, con
información de calidad y conocimiento del terreno. Emiliano Zapata, “siempre
desconfiado y siempre alerta”, era “invisible e inalcanzable”. Por eso había logrado
sobrevivir a las operaciones previas para asesinarlo.

Entonces,
indica ese manifiesto, era indispensable realizar una “labor especial” contra
Zapata, basada en el engaño y la sorpresa, para “acorralarlo como una fiera”.
En consecuencia, Pablo González resolvió “aprovechar la oportunidad” que
“ofrecía el mismo cabecilla, para asestarle un golpe mortal”.

En
efecto, hubo una grieta en la política rebelde. En noviembre de 1916, poco
antes de triunfar sobre la primera invasión carrancista en Morelos, la jefatura
del Ejército Libertador estableció un órgano consultivo del Cuartel General,
cuya misión fue propagar los principios de la revolución y procurar la
unificación de los revolucionarios del país. Meses después, comenzaron los
enfrentamientos y sublevaciones dentro del ejército carrancista. El 12 de mayo
de 1917, Emiliano Zapata entregó a Gildardo Magaña la tarea de acercarse a esos
grupos, “toda vez que usted, desde el principio, ha llevado la conducción de
este asunto”.[xix]

Magaña
privilegió el objetivo de lograr un arreglo, precisamente, con Pablo González y
con esto abrió la grieta que utilizará el asesino, en 1919. Tres meses antes de
la emboscada de Chinameca, Pablo González intentó una operación de exterminio
mayor. Indicó a Magaña que él estaba dispuesto a tratar todo lo relativo a la
unificación con el zapatismo: engaño. Que, mientras se verificaban las
conferencias, “todos los grupos revolucionarios” podían concentrarse en algún lugar
de Morelos, donde tendrían “toda clase de garantías”: trampa mortal que no se
realizó.[xx]

En esas
condiciones, la necesidad de aprovechar la grieta era imperiosa para el
gobierno y sobrevino la operación especial que logró asesinar a Emiliano
Zapata. La operación final tuvo una secuencia específica de engaños: a) filtrar
información falsa acerca de un supuesto conflicto entre Pablo González y Jesús
Guajardo; b) establecer una relación constante de Guajardo con Zapata, por
correspondencia; c) simular un ataque de Guajardo a la guarnición carrancista
en Jonacatepec; d) prometer tropa, municiones, víveres e información militar;
d) finalmente, el elemento decisivo del engaño ocurrió el 9 de abril, cuando
Guajardo fusiló a 59 soldados de de Victorino Bárcenas, ex zapatista, integrante
del regimiento al mando del propio Guajardo.

Emiliano
Zapata, por su parte, adoptó contramedidas: desde el 2 de abril, colocó al
coronel Feliciano Palacios —zapatista de Villa de Ayala— dentro del cuartel de
Guajardo y exigió el castigo inmediato de Victorino Bárcenas. La primera medida
falló porque se hizo con el conocimiento de Guajardo y éste pudo ocultar su verdadero
propósito. La segunda se derrumbó con el fusilamiento de los 59 soldados. Eso
fue decisivo y el general en jefe del Ejército Libertador quedó expuesto por
completo.

Un día
después, las tropas del 50° regimiento y una fracción del 66° regimiento
carrancista ejecutaron la emboscada en Chinameca. Los soldados de Guajardo,
preparados en las alturas, en el llano, en la barranca, en todas partes, cerca
de mil, descargaron sus fusiles. La sorpresa fue terrible. Nuestro inolvidable
general Zapata cayó para no levantarse más, escribió ese día el mayor Salvador
Reyes Avilés.[xxi]

Venustiano
Carranza premió a Guajardo con 50 mil pesos y su ascenso al grado de general.

* * *

¿Y no decidieron licenciarse?

Pues, yo por mi
parte no, señorita. Pero, mis compañeros sí se licenciaron.

Y usted, ¿por qué no se licenció, si ya la mayoría había dejado las
armas?

Pues, porque yo
dije que nunca me iba a rendir. Que mejor aventaba las carabinas. Pero ser
rendido, nunca.

¿Qué pensaba usted hacer?

Pues nada [llora].
Es triste de que esté uno con… Agarra uno a Emiliano Zapata… se voltea uno
solito… Pues mejor muerto, que ser rendido.

Mayor de caballería Félix Vázquez Jiménez,

San Juan Ixtayopan, Tláhuac, Ejército Libertador.[xxii]

Aunque humildes,
pero honrados. Esa bandera llevamos y es con esa bandera, le digo a mis hijos,
con esa bandera acabamos, porque es lo mejor.

Teniente coronel de caballería Simón Román Alcalá,

Juchitepec, estado de México, Ejército Libertador.[xxiii]


[i] Carta
de Emiliano Zapata a Fausto Beltrán, El
País
, México, 10 de mayo de 1911.

[ii] El
embajador de Estados Unidos, Henry Lane Wilson, al secretario de Estado, Philander
C. Knox, México, 23 de febrero de 1913. Foreign Relations of the United States,
812.00/6322.

[iii]
Conversación citada por Gildardo Magaña, en Emiliano
Zapata y el agrarismo en México
, INEHRM, México, 1985, t. I, pp. 160-161.

[iv]
Testimonio escrito del doctor Guillermo Gaona Salazar y el ingeniero Gustavo
Gaona, en Francisco Vázquez Gómez, Memorias
políticas (1909-1913)
, Universidad Iberoamericana-El Caballito, México,
1982, p. 326.

[v]
Idem.

[vi] Telegrama
de Francisco Vázquez Gómez al ministro de Gobernación, copiado en papel membretado
del jefe del Estado Mayor de la Presidencia de la República, Puebla, 15 de
julio de 1911. Fondo Gildardo Magaña (FGM) 27, 1, 180 (clasificación antigua).

[vii] Francisco
Madero a Ambrosio Figueroa, México, D. F., 9 de agosto de 1911, en Gildardo
Magaña, op. cit., p. 265.

[viii]
Véase René de la Pedraja, Wars of Latin
America, 1899-1941
, McFarland ed., Londres, 2006, p. 450.

[ix]
Tomás Ruiz de Velasco a Francisco León de la Barra, México, 25 de agosto de
1911, FGM, 1, 3R, 480.

[x] Telegramas
entre el presidente provisional Francisco León de la Barra y el general
Victoriano Huerta, México, 31 de agosto y 1° de septiembre de 1911. En el informe
de Victoriano Huerta a la Secretaría de Guerra y Marina (documentos), El País, 5 y 6 de noviembre de 1911.

[xi]
General Próspero García Aguirre, Ejército Libertador. Entrevista realizada por
Laura Espejel y Salvador Rueda en Tlatenchi, municipio de Jojutla, Morelos, el
16 de agosto de 1975. Proyecto de Historia Oral, INAH.

[xii]
Informe del presidente provisional Francisco León de la Barra al Congreso, El País, 5 de noviembre de 1911.

[xiii]
Carta del general Emiliano Zapata a Gildardo Magaña, Campamento Revolucionario,
octubre de 1913, Fondo Genovevo de la O 17, 2, 34.

[xiv]
Declaraciones de Gabriel Robles Domínguez a la prensa, Cuautla, Morelos, 13 de
noviembre. El Imparcial y The Mexican Herald, México, 14 de
noviembre de 1911. Nota de El País,
16 de noviembre de 1911.

[xv] Plan
de Ayala, 25 de noviembre de 1911, en Emiliano
Zapata. Antología
, Laura Espejel, Alicia Olivera y Salvador Rueda, INEHRM,
México, 1988, p. 114.

[xvi]
Ley de suspensión de las garantías constitucionales, Nueva Era, México, 11 y 12 de enero de 1912.

[xvii]
“Entre un mar de llamas se batieron en Santa María”, Leopoldo Zea, corresponsal
viajero, El Imparcial, 10 de febrero
de 1912.

[xviii] Manifiesto del general Pablo González a los habitantes de Morelos,
Cuautla, 16 de abril de 1919. Archivo del General Manuel Willars González, jefe del Estado Mayor de Pablo
González, CEHM, LXVIII-1, 2896, 21, 1.

[xix] Emiliano
Zapata a Gildardo Magaña, Tlaltizapán, 12 de mayo de 1917. Fondo Emiliano Zapata
13, 14, 1.

[xx]
Carta del coronel carrancista Eduardo Reyes (mensajero de Pablo González) a
Gildardo Magaña, Atlixco, Puebla, 10 de enero de 1919. FGM 30, 24, 423.

[xxi] Mayor
Salvador Reyes Avilés a Gildardo Magaña, Ejército Libertador. Campamento
revolucionario en Sauces, Morelos,10 de abril de 1919. FGM 30, 36, 580.

[xxii]
Mayor de caballería Félix Vázquez Jiménez, Ejército Libertador. Entrevista
realizada por Laura Espejel en San Juan Ixtayopan, Tláhuac, Distrito Federal,
el 10 de agosto de 1973. PHO, INAH.

[xxiii] Teniente coronel de caballería Simón Román Alcalá, Ejército
Libertador. Entrevista realizada por Alicia Olivera de Bonfil en Juchitepec,
estado de México, el 13 de octubre de 1974. PHO, INAH.

* Profesor investigador de la Escuela Nacional de
Antropología e Historia, autor de La
irrupción zapatista, 1911
; La
revolución del sur, 1912-1914
; Ejército
Libertador, 1915
y La guerra
zapatista, 1916-1919
, Ediciones Era.




45 / 40 : 14 de febrero de 2019

  • 45 años del asesinato de 5 compañeros en San Miguel Nepantla,  Edo. de México
  • 45 años, de la desaparición de nuestros compañeros de la Lista de Ocosingo}

  • 40 años que apareció el periódico Nepantla,
    Órgano de agitación y comunicación interna de las FLN

En éste 45 /40 Aniversario, presentamos a ustedes el TESTIMONIO de un compañero urbano en 1974 (es decir, no era profesional, seguía en su vida civil y con su familia) pero que ayudaba económica y políticamente a nuestra organización en sus actividades clandestinas, y que refleja el dolor de la pérdida más de la mitad de los compañeros profesionales de aquella época. Años de dificultades económicas, persecución política, donde las redes de militantes profesionales y urbanos, así como colaboradores en diferentes ciudades ayudaron a que la organización se levantara -poco a poco-, fuerte y vigorosa. Indudable qué esto, más la dirección de los compañeros que tomaron “el timón” de los trabajos, Alfredo y Aurora, ayudaron a que el sujeto colectivo FLN, caminara con “inteligencia propia”.  “En medio de la catástrofe, nuestros responsables construían una hermosa lección revolucionaria: mientras alguno de nosotros, así sea uno solo, quede vivo, seguirá la lucha” (NUPI I, pag.3 14 de febrero de 1984)

Donde dice Sncak, quiere decir snack, o sea, botana.

TESTIMONIO

Ya era entrada la noche cuando sonó el teléfono. Era Aurora citándome en un lugar cercano con un pretexto adecuado a mis actividades civiles.  En el breve trayecto iba temiendo que me confirmara que las informaciones difundidas por los medios mercenarios sobre Nepantla tenían que ver con nosotros.

Al llegar al sitio convenido, entró a mi auto, me informó escueta y claramente del enfrentamiento en que el enemigo nos había infligido dolorosas bajas y la posibilidad de otras. Me advirtió que más tarde pasaría a despedirse de mí el anterior responsable que se incorporaría por razones de seguridad –aunque hacía tiempo se estaba planeando-; que era difícil que llegara a mí la represión pero de cualquier forma que me mantuviera alerta y estuviera localizable todo el tiempo.

Efectivamente momentos después cerca de mi casa llegó mi responsable de quien me despedí emocionado pensando que le esperaba al igual que a toda la organización una difícil etapa. Le entregué el arma que la organización me había confiado, pensando que la podían necesitar, y el efectivo con que contaba en ese momento. Esa acción de Aurora, de tener la serenidad que da la comprensión objetiva de la realidad, al propiciar esa breve despedida aún en medio de una real emergencia me pareció un acto de compañerismo y me dio la confianza de estar tratando con gente valiente y lúcida. Fueron contadas las palabras que cambié con mi antiguo responsable quien me indicó deshacerme de todo material comprometedor.

Regresé a casa terriblemente preocupado por la pérdida de los compañeros y por las consecuencias que pudiera tener en las vidas de otros compañeros.

En esa época de la organización, la división entre urbanos y profesionales era muy marcada. Yo sabía poco de cómo vivían los profesionales así que para mí la despedida de Aurora y los que se iban revestía el dramatismo de lo desconocido, lo único que sabía era que se iban en su destartalado auto, ella enfundada en su misma vieja chamarra de siempre y que se sumergían en la noche para guarecerse.

El manejo que hizo la prensa burguesa de los acontecimientos era el de esperarse de una prensa corrupta al servicio de la clase dominante cuando la seguridad se ve amenazada. Con las honrosas excepciones de algunos periodistas de la casa Excelsior que denunciaban la gravedad del atropello cometido por el Estado al tomar la casa de Nepantla mediante un desproporcionado aparato policiaco-militar.

El parte que oficialmente se distribuyó a los medios de comunicación hablaba de un supuesto asalto a un tren y la muerte de dos soldados de la escolta. Patraña que fue desmentida por el propio maquinista del tren de Xalostoc que negó que hubiera algún asalto en ese sitio distante más de cien kilómetros de Nepantla. Los esbirros en su burda maniobra desinformativa pintaron en el interior del tren con spray rojo “Liga comunista 23 de septiembre”. A esta última organización le atribuían cuanto asalto, secuestro o crimen sucedía en todo el territorio nacional.

Todos los medios masivos de comunicación al servicio de la reacción dieron un trato de asaltantes a los compañeros caídos en Nepantla; les adjudicaban la muerte por la espalda de los soldados acribillados a manos de los mismos soldados en el descomunal tiroteo desatado.

Por esos días los tribunales franquistas condenaron después de un juicio a la ejecución por garrote vil al combatiente vasco Salvador Puig Antich; hecho que contrastaron algunos periodistas con la masacre perpetrada contra cinco jóvenes revolucionarios.   De otra parte los portavoces de la burguesía más corrupta  –Alarma e Impacto-  daban rienda suelta a su abyección y calumnia. En la ciudad de Monterrey el periódico “El Norte” mencionó los hechos de Nepantla en un recuento de los últimos diez años de la guerrilla en México.

Con Nepantla tomaba conciencia de algunas cosas que anteriormente eran solo lecturas, conversaciones con mis compañeros. Recordé esa casa de seguridad de los Tupamaros que cayó en manos del enemigo y en la que había unas fotos de sus –nuestros- compañeros caídos con la sentencia “Ellos cayeron… no porque se metieron en ‘esto’ sino porque Tu! No te metiste!”. También a la viuda de Nguyen Van Troi que tuvo que perder a su compañero en esas circunstancias de lucha para radicalizarse y entregarse de lleno a luchar contra el imperialismo norteamericano. O al joven médico con el que había tenido varias entrevistas en las que me había explicado con toda calma y detalle mis futuros trabajos.

A la siguiente entrevista dupliqué mi raquítica aportación y escuché de Aurora como fingiéndose periodista había ido a cerciorarse del ataque a la Casa Grande, como había interrogado a los vecinos. Me describió el exterior acribillado y la presencia de esbirros en el interior disfrazados de campesinos. Me refirió que uno de sus subordinados que observó desde lejos la presencia de los enemigos dentro de la casa le pidió ir en su lugar y ella no accedió. Como responsable que soy ese es mi trabajo, le dijo.

Para mi Nepantla significó la ocasión de reflexionar sobre mi limitada participación en nuestra guerra. La consecuencia de ese joven médico, el responsable Salvador, me revelaba en toda su realidad a un revolucionario de carne y hueso que como otros estaban dispuestos a asumir su papel con la seguridad que nosotros haríamos el nuestro. Esa confianza profunda en sus compañeros, en nosotros, fue lo que condicionó mi compromiso para la militancia.  El ver como mi anterior responsable abandonaba todo y se entregaba como profesional en los momentos de mayor peligro me hizo redoblar mi certidumbre sobre lo correcto de nuestros planteamientos.

Esa herida convertida en acicate ya para siempre, me demostraba en toda su crueldad, el carácter irreconciliable de la lucha de clases y la necesidad de involucrarse con mayor decisión y entrega en un combate que exige avanzar sin descanso hacia las líneas del frente.




Celebrando la memoria: ¡feliz cumpleaños Cro. César Germán!

Al término del Encuentro Obrero 2018 http://casadetodasytodos.org/uncategorized/encuentro-obrero-2018-organizacion-todas-las-luchas-y-todos-los-esfuerzos/  en la Casa de todas y todos celebraremos el cumpleaños del Compañero César Germán.




Editorial octubre 2018

Octubre se inicia con el nacimiento de la compañera Paz o Aurora. Enseguida, el dolor que pesa ya por 50 años de la masacre a estudiantes del 2 de octubre que ¡nunca se olvida!.  El día 8, 51º Aniversario del asesinato del Ché en Bolivia, hasta llegar al 23 de octubre, cumpleaños del Compañero Pedro, Manuel, 1er responsable histórico. Para finalizar, el 26 de octubre, el de nuestro inolvidable Subcomandante Pedro, caído en combate el 1º de enero de 1994. Para nosotros las fechas históricas son para nunca descansar.

Hoy continuamos con los derechos históricos a la TIERRA y al TRABAJO para todos los mexicanos. Tenemos que construir viviendas, cultivar la tierra ejidal, defender las conquistas de los trabajadores, pues el que ya no exista la lucha sindical es un mito genial.

En el aspecto histórico, la Casa continúa también con el deber de realizar actividades para apoyar a nuestros hermanos del País Vasco en el rescate de la vida y obra de nuestro Héroe Internacionalista Xavier Mina, en el esfuerzo internacionalista de muchos para colocarlo en el sitio que le corresponde en su propio pueblo.

También en éste mes de octubre se terminan las entregas del artículo que apareció en Nepantla 9 del 15 de marzo de 1981, de la compañera Ruth sobre la Vivienda, y en éste renglón, la Casa sigue avanzando en sus deberes. Los maestros universitarios y sus alumnos están interesados en participar, acudiendo a las comunidades que necesitan mejorar su vivienda.

En un modesto homenaje a los mexicanos masacrados el 2 de octubre por el estado mexicano en la Plaza de las Tres Culturas, presentamos un artículo publicado en nuestro periódico interno, Nepantla, en el año 1981.

Grupo editorial de la casa de todas y todos.

Artículo publicado en Nepantla 14

Año 1981

1968 NO SE OLVIDA

por Esperanza

1968 es uno de esos años que han quedado fijados en la memoria colectiva del país; fue un año crucial para cientos de miles de mexicanos que participaron directamente en uno de los movimientos de masas más importantes que se han dado en México (por el alto grado de incorporación de amplias capas sociales, sobre todo, estudiantiles a una lucha masiva que, en esencia, demandaba libertades democráticas y criticaba la represión del Estado). Y no sólo para los que participaron –de múltiples maneras- en forma directa, también para los que observaban angustiados los acontecimientos, especialmente los parientes cercanos de los estudiantes. La marca de ese año es, seguramente, también imborrable para los líderes políticos del país que dirigieron intelectualmente una intensa represión contra el movimiento, paranoicamente convencidos de que los estudiantes de aquella época éramos delincuentes peligrosos dispuestos a manchar la imagen de México como país “pacífico”, para crear un ambiente hostil a la celebración de un magno acontecimiento mundial como eran los juegos olímpicos.

Pera ese año que nos marca indeleblemente, sobre todo a los protagonistas directos, no sólo debe ser un obligado punto de referencia cuando se hace la crónica del estado represivo mexicano; los acontecimientos deben ser recordados como fuente de enseñanzas. En este sentido no nos referimos a lo que los individuos como tales aprendieron, sino a lo que como lección colectiva puede representar a un pueblo que tarde o temprano desplegará una lucha más general buscando destruir el actual orden social para construir una sociedad justa, basada en las decisiones populares en razón de las necesidades populares.

Para muchos estudiantes del 68, entre los que me encontraba, nuestro movimiento (toda la primera parte del movimiento lo consideraba puro, limpio de intromisiones de partidos, grupos y la misma CIA, y efecto solamente de nuestras decisiones), representó la primera experiencia de enfrentamiento con el poder establecido, de este modo, nuestra primera experiencia política y por tanto, de muchas maneras, ingenua. Algunos, con una cierta preparación y preocupación sabíamos que en Cuba había habido una revolución socialista, sabíamos que en México las luchas obreras eran reprimidas, sabíamos lo que les había pasado a los ferrocarrileros en 1958-59, sabíamos que los campesinos estaban muertos de hambre, que sus líderes más significativos eran asesinados, sabíamos que había una guerrilla en el estado de Guerrero y, por una que otra participación en una que otra manifestación, también sabíamos que la policía y el ejército no existían para defender el “orden social” en general, sino el orden social burgués, por tanto, estaban ahí para arremeter contra cualquier persona, grupo o manifestación que amenazara, aún levemente, los dictados del régimen político. Pero creo que los que sabíamos esto éramos los menos y, aun sabiéndolo, el movimiento estudiantil nos convirtió en los directamente perseguidos. En carne propia sentimos lo que hasta entonces sólo habíamos leído que le podía pasar a otros, no a nosotros que ya habíamos llegado a la Universidad, que podíamos llegar en coche a cualquier lado, que comíamos bien tres veces al día, que nos curaba un doctor cuando enfermábamos, que podíamos hacer viajes, que bailábamos los sábados en algún antro de la zona rosa, que nos pasábamos las horas en los cafés discutiendo películas de Buñuel o Bergman y que gastábamos en comprar los discos con lo mejor del rock; éramos la generación de los Beatles. Y aunque no todos los estudiantes eran producto de una vida cómoda, sí todos representábamos para nuestras familias un boleto a esa vida cómoda, nuestro status de estudiantes universitarios con la promesa del título profesional, nos iba a hacer ingresar a la capa social con trabajo seguro, bien remunerado y con muchos privilegios comparados con las condiciones de existencia de las amplísimas capas proletarias y campesinas.

1968 me agarró a mí en el primer año de estudios universitarios, y digo me agarró, porque todo el proceso del movimiento fue creciendo como una avalancha que de pronto ya había envuelto a cientos de miles de personas en muy poco tiempo. El movimiento, que se inicia en julio cuando las fuerzas represivas atacan una escuela después de dos manifestaciones que hubo el día 26 (una celebrando la revolución cubana, la otra, de estudiantes politécnicos, protestando contra la represión a estudiantes de vocacionales) y derriban a bazukazos la puerta de la preparatoria 3, envuelve en pocos días a estudiantes politécnicos , universitarios y de preparatoria del país, aunque tuvo su centro de resistencia más fuerte en la ciudad de México. Después de la represión de esos últimos días del mes de julio, cientos de miles de estudiantes se unen alrededor de una demanda democrática; el pliego de peticiones que los estudiantes enarbolan ante el estado represivo –destitución del jefe y subjefe de la policía capitalina, desaparición del cuerpo de granaderos, derogación del artículo 145 del código penal que tipificaba el delio de disolución social, libertad a los presos políticos de los que entonces había una lista de 85 en el D.F., indemnización a los parientes de las víctimas de la represión- significaba la elevación de un sentimiento de inconformidad que fácilmente encontraría, suponíamos, solidaridad por parte de otros sectores no estudiantiles de la población.

Después de la represión del 26 de julio y en menos de una semana, prácticamente todas las escuelas universitarias y politécnicas se organizan en una huelga nacional activa. De pronto, la ciudad de México, ese gigante capaz de ahogar rápidamente toda protesta, aislándola, se inundó con volantes, pintas, mítines relámpago en las calles, camiones mercados y, al cabo de unas semanas, sería el escenario de impresionantes marchas. Todo ello se pudo hacer por la organización y las tácticas que cada escuela decidía aunque siguiera las grandes líneas que trazaba el Consejo Nacional de Huelga, organismo de representación estudiantil que se instala el 2 de agosto.

Donde yo estudiaba, el máximo órgano de decisión era la asamblea de estudiantes y profesores, los que también crearon una organización de coordinación llamada Coalición de Maestros. En la asamblea se elegían por voto público tanto los representantes al Consejo de Huelga como a los integrantes de las comisiones (brigadas) de propaganda y recaudación de fondos, las que eran coordinadas por el comité de lucha, organismo que substituyó a las sociedades de alumnos y para el que se escogían personas combativas y con ideas que redundaran en la defensa del movimiento contra los enemigos de dentro y de fuera. Entonces pensábamos que los enemigos de dentro eran todos los alumnos y maestros reaccionarios que, o bien no apoyaron la huelga o se pronunciaban en asamblea contra ella o que no aceptaban comisiones para salir a la calle; no sólo eran reaccionarios sino cobardes y a todos ellos se les echó de la asamblea, cuando no se fueron solos. No pensábamos, o no queríamos pensar que teníamos fuertemente infiltrada la asamblea con policías disfrazados de estudiantes combativos: si todos éramos compañeros y nos habíamos comprometido públicamente a impulsar y defender el movimiento ¿cómo pensar que algún compañero fuera soplón? Meses después supimos de las grabaciones hechas en asamblea, del robo de expedientes de alumnos, de las listas que circulaban en Gobernación por mano de un empleado de esa secretaría que era, a la vez, empleado de la escuela. Los enemigos de fuera sí los teníamos plenamente identificados: era el gobierno, los policías, el ejército y los agentes “secretos” que hacían un crucigrama interminable fuera de la escuela. La lucha así se planteaba en términos de una oposición al estado represivo, no a las relaciones sociales en conjunto.

Teníamos brigadas de boteo, de prensa, de pintas y de mítines. Aunque todo mundo conocía quién actuaba en cual comisión, no se sabía quien dirigía las comisiones ni cuando se reunían ni en dónde. Así, los miembros de las distintas brigadas éramos citados por teléfono, pero en clave. Conocíamos los rudimentos de las claves, pero siempre al que llamaba se le ocurría algo nuevo de tal modo que si por ejemplo citaba frente al monumento de “reconocido héroe de la independencia”, pocos llegábamos al mismo lugar. Como también debíamos disfrazarnos de “gente decente” y no aparentar ser estudiantes, las muchachas a veces se pasaban esperando en la calle envueltas en elegante abrigo y con zapatos de baile. También pasaba que coincidían varias comisiones en el mismo restaurant que era o el más cercano a la escuela o el más conocido de la zona.

Desde la primera manifestación que se realizó en el sur de la ciudad (salió de la ciudad universitaria por Insurgentes, dio la vuelta por Félix Cuevas, Av. Coyoacán, para regresar a la CU) el primero de agosto, los manifestantes empezamos a ejercitarnos tanto para las caminatas largas como para la observación atenta de una disciplina que evitaría la intromisión de provocadores en  nuestras filas y también desarrollamos nuestra mirada inquisitiva para captar el interés que despertábamos a nuestro paso. También ejercitamos el grito de consignas, entre las que sobresalían la de “únete pueblo” que representaba la conciencia social que entre nosotros privaba en esos momentos. Una consciencia que partiendo del reconocimiento de las clases sociales, n o incluía a los estudiantes universitarios dentro del “pueblo” identificado con los trabajadores, implicando que en ese movimiento, la dirección  estudiantil invitaba al resto de la sociedad a unirse, pero, sin incluir en las demandas aquellas que al “pueblo” le pudieran resultar más centrales. Sin embargo aunque nunca se amplió el pliego petitorio, grupos organizados de colonos, vendedores ambulantes, ejidatarios y algunos sindicatos que manifestaron su solidaridad con los estudiantes y marcharon en las manifestaciones, influyeron de tal manera que los volantes, que en sus inicios sólo analizaban lo estudiantil del movimiento, después incluyeron demandas de los trabajadores relacionadas con sus condiciones de trabajo.

Los volantes representaron un trabajo muy serio y la única posibilidad de los estudiantes de enfrentar a la que llamábamos “prensa vendida” dando a conocer la realidad de nuestro punto de vista, de la persecución desatada contra nosotros y de nuestra inclinación al diálogo para solucionar el conflicto. Los tirajes eran altísimos (sólo en mi escuela se publicaban unos 5 mil al día). Su distribución era variada: las brigadas repartían; los vendedores de periódico los incluían dentro del periódico al venderlo; también se escondían entre la ropa de los mostradores de los grandes almacenes y se dejaban en baños de cines y lugares públicos; también había compañeros que ya trabajaban como edecanes de la próxima olimpiada y ellos distribuían la información entre periodistas extranjeros y atletas interesados. Se hacían volantes también en inglés para repartirlos entre los turistas que visitaban los museos y quienes, por cierto, fueron fuertes proveedores de fondos para las brigadas de boteo; los turistas se asustaban tanto al ver a los estudiantes que para que se fueran rápido sacaban billetes de hasta 50 dólares de “cooperación” al movimiento.

En los volantes no había una línea política establecida, eran muchas: dependía tanto de las escuelas y quiénes manejaran la brigada de prensa, como de las corrientes políticas que dominaban. Así, había escritos de gente del PAN, del PC, incluso de jóvenes del PRI y de grupos con varios nombres; en muchos volantes incluso se llegó a postular como forma de lucha la “guerrilla política” que subrayaba la importancia del discurso público y rápido. El papel para los volantes, la tinta y los desplegados en periódicos se pagaban con el dinero de las colectas; en nuestro caso, el papel lo proveía una compañera que trabajaba como secretaria en Gobernación y que diariamente se robaba paquetes de la bodega. El método de impresión por excelencia fue el mimeógrafo y cuando la persecución se agudizó y no se podía trabajar en la escuela, nuestra brigada utilizó un mimeógrafo “gentilmente” ofrecido por un profesor que después resultó policía, y fue colocado en el domicilio particular de un integrante de la brigada. Cuando elementos de la federal de seguridad llegaron hasta ese domicilio (que no allanaron dado el apellido de alcurnia de quien ahí vivía), se interrumpió nuestra prensa y nos integramos a otras escuelas para la impresión de volantes.

Los mítines relámpago en mercados y otros lugares públicos eran cada vez recibidos con mayor interés; como la policía tenía orden de aprehender a cualquier estudiante, los oyentes protegían a los que hablaban y, en los mercados, a la entrada de cualquier “azul” (ese era el color del uniforme policíaco entonces) los jitomates eran los proyectiles preferidos para ahuyentarlos. Todavía se estaba en la etapa artesanal de la lucha.

Al Consejo Nacional de Huelga, que sesionaba en la CU, (el Casco de Santo Tomás había sido tomado por las fuerzas represivas) comenzaban a llegar comisiones de distintos sectores de trabajadores pidiendo solidaridad con sus luchas; llegaron incluso campesinos que, sin entender muy bien lo que sucedía, y otorgándole al Consejo la calidad de poder político paralelo, solicitaban reparto de tierras. También se recibió la solidaridad de la guerrilla de Vázquez Rojas en el estado de Guerrero que pedía a los estudiantes una “mayor integración política” y una mayor precisión de los objetivos del movimiento, así como el “desarrollo de una táctica adecuada” para enfrentar la violencia del gobierno y hacía un llamado para crear organizaciones armadas en la lucha de liberación del país a la que debían comprometerse los estudiantes de convicción revolucionaria.

El vínculo realmente estrecho que se concretó con la población trabajadora fue a raíz de la solidaridad que los estudiantes prestaron al pueblo de Topilejo cuando se pidió indemnización a los dueños de un transporte público que había sufrido un accidente con saldo de varios muertos. Los estudiantes fueron al poblado prestando servicios médicos, “concientizando” a la población y decorando con carteles y pintas las bardas y postes del pueblo.  Este brigadismo terminó cuando el gobierno intervino pagando la indemnización.

Las manifestaciones recibían cada vez más adhesiones y las calles del centro de la ciudad vieron marchar cantidades inusitadas de personas hasta el zócalo; cuando las manifestaciones terminaban, los estudiantes éramos invitados a comer tacos o tomar refrescos por gente de todo tipo que admiraba la determinación y el arrojo estudiantil aun a pesar de no recibir respuesta a las peticiones. Desde el comienzo del movimiento hasta el 27 de agosto en que el ejército invadió con tanques ligeros el zócalo hiriendo y apresando a estudiantes que habían quedado de guardia después de una manifestación, hasta el día del informe presidencial, el ambiente de la ciudad, por las muestras de solidaridad, hacía crecerse a los estudiantes. Había un fuerte grupo que estaba convencido de que los estudiantes estábamos a un paso de la toma del poder y que teníamos al gobierno entre la espada y la pared frente al mar. Algunos miembros del CNH ejercitaban tiro en algunas casas ante el espanto de los vecinos, con pistolas de las que no se supo su origen, hasta una metralleta se vio en alguna ocasión. La toma del zócalo hizo ver que la represión comenzaba a ser orquestada y que ese iba a ser el lenguaje que contestaría la petición estudiantil del diálogo; la represión provendría no sólo de las fuerzas de uniforme, sino que se adiestraban cuerpos paramilitares con personas reclutadas de entre el lumpen. El diálogo que se iniciaba era pues disparejo: fuerzas represivas contra masas desarmadas. Tanto el ambiente represivo, la incipiente metodología clandestina (para efectos de impresión de volantes), las manifestaciones multitudinarias (medio millón de personas en la calle, lo que no ha vuelto a verse), el apoyo de parte de la población (la que marchaba junto a los estudiantes y que varias veces ayudó con armamento doméstico a repeler el ataque policíaco –macetas, aceite hirviente, escobas), permitió que, aunque la mayor parte del estudiantado no se fuera con la “finta” de su inminente asalto al poder, creciera un sentimiento de fuerza que aumentaba la combatividad y la firmeza de nuestras convicciones por la legitimidad y legalidad de la lucha.

El compañerismo y el trabajo eran muy importantes y los “huevones” y los cobardes recibían una burla pública en asamblea cuando las brigadas informaban de sus actividades diarias; los lazos de confianza y solidaridad se estrechaban y ejercíamos una democracia en la que ninguna autoridad tenía cabida. También nos habíamos ganado espacios donde éramos los amos: nuestras escuelas y la ciudad universitaria, que considerábamos territorio liberado; ahí teníamos una estación de radio que difundía consignas y canciones de protesta: ahí se hacían fiestas y se dio un grito de independencia verdaderamente independiente en un ambiente de euforia. Tres días después, la CU fue tomada por el ejército. De ahí en adelante, la persecución, la aprehensión de personas con nombre y apellido, el cateo de casas, la amenaza de grupos paramilitares que marcaban con una seña las casas de estudiantes buscados.

A partir de ese 18 de septiembre, el miedo empezó a hacer estragos entre los estudiantes; lo que había sido una confianza desmedida se convirtió en paranoia, ahora veíamos en cada compañero un soplón, un distribuidor de listas negras, un policía. Las asambleas empezaron a verse desoladas, todos sentíamos que teníamos cola que nos pisaran y mejor nos quedábamos en casa. Algunas casas, las de los líderes más distinguidos o más habladores, empezaron a ser vigiladas. Se ensayó otra técnica, también dentro del espontaneísmo corriente y que consistió en la reunión en distintos domicilios, de pequeños grupos de amigos que se tenían confianza para decidir la táctica a seguir, con lo que se evitaba la asistencia a las asambleas que ya considerábamos infestadas de soplones. Funcionaban también en casas, los comités “clandestinos” de lucha electos en las asambleas del CNH y de las escuelas.

El dos de octubre con la masacre de Tlaltelolco, se dio el golpe mortal al movimiento estudiantil como tal: las manifestaciones previas, las de septiembre, habían sido una más grande que la otra, ya eran demasiados mexicanos en las calles. La violencia desatada en forma criminal en la plaza de las tres culturas por parte del ejército, las policías y un famoso batallón entrenado por la CIA (el batallón Olimpia) mató a más de seiscientos inermes asistentes al mítin. Muchos más fueron arrestados. Los pequeños grupos de estudiantes que no pudieron escapar eran revisados por una persona a quien hasta entonces se le creía periodista y que señalaba a la policía nombres, escuelas y participación en el movimiento. Muchos líderes del Consejo Nacional de Huelga fueron así arrestados. El comportamiento de las fuerzas represivas no fue unánime; hubo acciones personales de soldados que enseñaron el camino adecuado para huir; también se supo de policías que llevaban balas de salva, es decir, la acción concertada para la represión no incluyó a todos los representantes de la fuerza pública. Seguramente se quería probar que los inocentes policías habían acudido desarmados a un mítin que la violencia estudiantil trastornó. Sin embargo, en las mentes de los asistentes está clara la luz de bengala que salió de un helicóptero como el aviso para iniciar el tiroteo que quedó a cargo de los aparatos represivos, algunos de cuyos integrantes también se convirtieron en carne de cañón. Todo fue confusión esa noche. Muchos de los periodistas extranjeros que asistían al mítin escribieron dolorosas páginas para sus periódicos reseñando la saña de las fuerzas represivas mexicanas; los locutores de los noticiarios de televisión esa noche presentaban al público una cara sombría (no pudieron sonreir ni los locutores de la gran prensa amarillista televisiva) y al día siguiente las editoriales de los periódicos se dividían entre el aplauso y la oposición a la acción gubernamental, respuesta definitiva al diálogo. El cartón que hizo Abel Quezada el 3 de octubre –un cuadro negro con la leyenda ¿por qué?- sintetizaba la reacción emocional a la bárbara matanza. Sin embargo, las autoridades del estado mexicano estaban convencidas de la justeza de su represión que restauraría la paz (de los sepulcros) que requería el país para la olimpiada y demás negocios.

Los compañeros detenidos sufrirían bárbaras torturas en los múltiples lugares que la policía mexicana ha acondicionado para el efecto. No sólo torturas físicas, sino psicológicas de todo tipo; una de las cuales consistió en encerrarlos en las crujías de homosexuales o de criminales peligrosos. Pero aun ahí denunciaban su situación y volvían mítin cualquier reunión. Al fin, todos los detenidos del movimiento fueron colocados en crujías especiales que los domingos se convertían, con las visitas, en fiestas culturales y círculos y círculos de estudios. Hubo celdas especiales, de lujo, para los policías que habían formado parte del CNH y que entraron a la cárcel para despistar; sin embargo, al poco tiempo se sabría su verdadera condición.

Las visitas a la cárcel también se organizaron en las escuelas que ya actuaban a la defensiva. Circulaban listas de presos sin familiares para que se apuntaran las visitas; entre nosotras, las mujeres (conciencia política aparte) se apuntaban como esposas o hermanas de los líderes más guapos. Se les llevaba comida, la que era prácticamente destrozada por los carceleros que cuchillo en mano buscaban droga hasta en la gelatina. Los plátanos estaban prohibidos ya que se había descubierto que su cáscara, después de cierto tratamiento, producía alucinaciones. Las mujeres, antes de entrar a la cárcel de visita, sufríamos varias vejaciones por parte de las carceleras, especialmente cuando revisaban el cuerpo buscando armas pequeñas.

Después del dos de octubre, los familiares de los presos y desaparecidos comenzaron a organizarse para pedir explicaciones y demandar la libertad inmediata de los detenidos. Primero fueron las angustiosas búsquedas en los anfiteatros de las delegaciones para identificar cadáveres; después, el día 3, una comisión de mujeres nos dirigimos al campo militar número 1 a tratar de hablar con el secretario de defensa. Uno de sus ayudantes recibió al grupo –furioso y expectante- tratando de convencernos de que el dos de octubre era producto de nuestra calenturienta imaginación, que nada había pasado la noche anterior. Esto, dicho sin la menor turbación, produjo en una señora la necesidad de estrangular a quien hablaba, pero la guardia cortó cartucho y hubimos de retirarnos, frustradas, ante el poder de la estupidez armada.

Los grupos de familiares, de ahí en adelante, estuvieron presentes en cuanta oficina policíaca existe en la ciudad para conocer del paradero y de la situación de los detenidos. Al cabo de tres meses algunos presos empezaron a salir; muchos, evidentemente desmoralizados por la derrota y por las presiones y torturas a que estuvieron sometidos; otros más estuvieron encerrados hasta dos años purgando penas de 20 por los delitos increíbles que se les imputaron: traición a la patria, quema de puentes, atentados a los servicios eléctricos, robo, asesinato, asonada, conspiración, etcétera.

A pesar de que la desmovilización fue casi total a partir del dos de octubre a causa de esa parálisis que nace del miedo profundo, la huelga no se levantó sino hasta diciembre. En asambleas se hacían recuentos del proceso del movimiento y se analizaban las actitudes individuales. Cuántos pseudo-cuadros comunistas se la habían pasado escondidos debajo de la cama, cuántos otros habían resultado soplones, cuántos habían huido a Europa “a estudiar”, con qué ingenuidad habíamos actuado casi todos; también se contabilizaron las rupturas familiares y matrimoniales y las nuevas parejas formadas al calor de los acontecimientos y también las nuevas amistades con aquellos que hablaban poco pero que llevaron a cabo sus comisiones con la mayor disciplina. Durante el tiempo que duraron mis estudios, todos sabíamos quién era quién en la escuela, según su definición en el movimiento.

La represión nos volvió a la realidad del tipo de país que vivíamos. La represión masiva e indiscriminada, porque la represión en general nunca cesó; el movimiento estudiantil había comenzado protestando contra la represión y había terminado severamente reprimido.

La experiencia sin embargo, vista en términos colectivos, aun cuando fue eficaz en cuanto a la denuncia de la situación represiva, no presentó opciones organizativas anticapitalistas viables para una lucha de masas que involucrara a los sectores explotados; y es que no podía hacerlo dado el contenido reformista de las demandas. Una lectura crítica del movimiento del 68 sitúa en primer plano la evaluación de los métodos, la crítica al triunfalismo y, sobre todo, las limitaciones de los movimientos espontáneos y de los que dirige la pequeña burguesía que sólo busca un reacomodo y una moralización del orden burgués ante la ausencia de opciones de lucha claramente proletarias.

Del análisis de la situación que nos había tocado vivir por primera vez, surgieron planes serios de adecuación académica a la realidad social, búsqueda de nuevas formas de participación estudiantil en las escuelas, creación de co-gobiernos; pero, sobre todo, los estudiantes nos volcamos sobre los textos clásicos del marxismo con una tremenda avidez por conocer la teoría que no sólo proporcionaba las herramientas para analizar la situación social sino que de ella se desprendían lecciones prácticas para la transformación revolucionaria de la sociedad que, ya sabíamos, no sería obra del estudiantado solo. Claro que esto derivó en una deformación del marxismo y en una incomprensión de las tareas académicas. Por una parte, muchos pensaban que las escuelas debían convertirse en escuelas de guerrilleros, por otra, se subestimaba la posibilidad de adquirir una capacidad profesional eficiente. Se substituyeron las materias de los planes de estudio por cursos de materialismo histórico I, II, III, IV, etcétera, sin ninguna relación con el análisis materialista de la sociedad mexicana. Hubo una etapa en donde sólo se aprendían frases hechas o se recitaba a Marx. Tardó algún tiempo en ser rescatada la tesis de que los futuros revolucionarios también debían prepararse profesionalmente si ya estaban ubicados en los centros de educación superior, pues en la lucha se necesitarían individuos capaces y no exponentes de la guerrilla de saliva. En las escuelas, como instituciones, una lucha consecuente debía ser por la adquisición de una capacidad profesional dirigida al conocimiento objetivo de la sociedad, donde nuestro punto de vista se ubicaría al lado de las mayorías trabajadoras del país, lo que requeriría de la evaluación sobre los usos distintos que se le podía dar a las ciencias. Esto, desde luego, sólo se inició como discusión en algunas escuelas, aunque subsiste como tendencia. Aunque es innegable la existencia de profesores sembradores de inquietudes y responsabilidades el papel de los maestros agitadores y guerrilleros es recurrente en la historia de México- la masa estudiantil después de su último grito organizado en 1971 (también ahogado en sangre) no ha vuelto a jugar ningún papel protagónico en los procesos sociales del país.

Otro resultado del 68 fue la organización de guerrillas urbanas con un marcado acento terrorista que tan no despertaba simpatías que siempre se le relacionaba con la policía. Subestimando la capacidad del pueblo para oponerse al sistema actuaban solos, poniendo énfasis en la cuestión militarista, dejando de lado la fundamental cuestión de la organización y acumulación de fuerzas.

Aunque la generación del 68 quedó marcada indeleblemente por el movimiento, varios de los cuadros combativos de entonces son hoy respetables profesionales liberales y muchos, políticos en ascenso. Hubo un tiempo en que el haber participado en el movimiento como líder contaba positivamente en la carrera política de los jóvenes de “izquierda” que el gobierno captaba ofreciéndoles puestos atractivos. Estos, junto con los que a raíz de su participación en el movimiento formaron después partidos políticos de “oposición” o se inscribieron en los ya existentes, aceptaron las reglas del juego burguesas. Mucha de esta aceptación (por que indudablemente hay desinformación y buena fe), basada en el convencimiento de una revolución mexicana aún vigente y que requiere de defensores (sin siquiera cirugía plástica, se quiere hacer aparecer joven a una anciana de 70 años!!!) a pesar de que la situación social actual es, sin duda, bastante diferente a la de 1910.

Sin embargo, el movimiento estudiantil también se vivió como un ejemplo más en la larga cadena de barbarie estatal que se desarrolla contra cualquier brote de inconformidad y de protesta que nace en la parte subordinada y sojuzgada de la sociedad. La violencia de la dominación y la imposición, incluso sangrienta, de su indiscutibilidad, se ejerció en 1968 hasta contra los hijos de la burguesía (pequeña o mediana).

Ante la evidencia de la paulatina cancelación de las vías pacíficas para promover cambios sociales y ante la cerrazón cada vez mayor de las válvulas de escape a la protesta, por más “legal” que fuera, no podía seguirse aceptando que el pueblo mostrara orgulloso el pecho para que se lo acribillaran impunemente (a la manera en que los obreros defendieron en 1910 las puertas de las fábricas). Tampoco podía seguirse insistiendo en “ganar la calle” como prueba de valor, cuando se conocía de antemano la respuesta oficial.

No era, no es posible seguir confiando en las leyes y en las palabras del gobierno, cuando los hechos muestran claramente que la legalidad está construida en el estado capitalista por el poder de la burguesía, que dicta reformas o infringe sus propios ordenamientos según le convenga, imponiéndose a través de su burocracia y de su ejército. Además, en el mejor de los casos la lucha “constitucionalista” es simplemente la defensa de las leyes que garantizan la propiedad privada de los medios de producción, la “libre empresa” y la opresión de las mayorías.

No es casual, entonces, que algunos estudiantes adquirieran, con base en el movimiento del 68, un grado superior de conciencia, que los hizo capaces no sólo de renunciar a su origen de clase sino de adquirir una visión histórica consecuente, es decir, la certeza de la necesidad de la transformación revolucionaria de nuestra sociedad. El surgimiento de los EYOL, de toda nuestra organización en 1969, abrió nuevas perspectivas de lucha, ya no “democrática”, ya no “estudiantil”, ya no “constitucionalista”, sino una lucha por el Poder del proletariado. La experiencia histórica del 68 implica entonces que no todos los estudiantes fuimos desmovilizados……




Na: “techo, tierra, trabajo”, V


Nepantla 9, 15 de marzo de 1980
Vivienda
por Ruth

V de VI partes



V
CIUDADES PERDIDAS
 

Lotes baldíos, laderas de cerros, zonas de sembradío decadente, o cualquier terreno susceptible de ser habitado, se encuentran dentro de las grandes ciudades y perdidos en ellas, son zonas donde no existe drenaje; cuando mucho, alguno de sus habitantes cava una zanja por la que corren los desechos; abundan nubes de insectos, basura, suciedad, peste, no hay luz, las “casas” las construyen sus moradores de lámina, cartones, piedras, madera vieja. Las enfermedades nacidas en este ambiente disminuyen el número de los integrantes de familia pero a la vez el número de familias aumenta por la proliferación de uniones matrimoniales, muy a pesar de los deseos burgueses. Este es el hogar, en su mayoría de campesinos que han sido despojados o que abandonaron su tierra en busca de mejores medios de vida; otra parte de los habitantes han nacido ahí; la ocupación que desempeñan sus moradores es la de albañiles, vendedores ambulantes, cuida-coches, vendedores de billetes de lotería, etc… Es morada también de ex-campesinos que han pasado a formar parte del lumpenproletariado. La mendicidad, la delincuencia, la prostitución, la drogadicción, el alcoholismo, son el común denominador; expresiones de la descomposición humana, cosecha de una sociedad hostil e injusta.

La miseria circundante propicia el descontento de quienes ahí se hacinan, de los que se rebelan a vivir en condiciones poco menos que animales por lo que el Estado toma dos tipos de medidas: en la primera ofrece paliativos, y en la segunda aplica la violencia, producida por el temor que ocasionan los movimientos espontáneos de las masas desposeídas, las infiltraciones de grupos universitarios que alientan estos movimientos y sobre todo miedo a la propagación de ideas revolucionarias que pudieran desatar una lucha organizada en tales concentraciones humanas.


ORGANISMOS OFICIALES

Las industrias privadas de la construcción no se interesan por construir viviendas para trabajadores de escasos recursos como ya expresamos anteriormente. Ante el fenómeno del desplazamiento de la mano de obra rural hacia las áreas urbanas, la escasa capacidad del sector industrial para absorberla, la demanda enorme de viviendas y el descontento social –factor decisivo-, el Estado trata de enfrentar el problema mediante el concurso de distintas dependencias como el Infonavit, Indeco, Foviste, Fovi, Foga, Sahop, a través de programas como el Nacional de vivienda, Alianza para la Vivienda, etc…; organismos que tienen como función principal contribuir para que “todo mexicano cuente con una morada digna”. Sin embargo, todos estos programas públicos de financiamiento pronostican edificaciones que no llegarán nunca a cubrir las necesidades habitacionales; las perspectivas de hacinamiento, marginación, inmigración, etc…. auguran niveles mayores a estos pronósticos. Algunos integrantes y dirigentes de estos organismos son realistas y así lo reconocen: “en ningún momento se pretende resolver el problema habitacional de los servidores públicos, porque en tanto se otorgan 16 mil créditos anuales para vivienda, en el mismo lapso ingresan entre 60 y 75 (mil) nuevos trabajadores”, dijo el Profesor Lara Gaytán del FSTSE, (Federación de Sindicato de Trabajadores al Servicio del Estado) ante el Fovissste. (El Sol, 30 de noviembre de 1979). Otros advierten temerosos que de no plantearse soluciones, el país corre el peligro de una desestabilización política. Frente a la crisis que se agrava, el gobierno busca por todos los medios nuevos métodos y sistemas que permitan aplicar otros criterios y soluciones. Ya se están aplicando: Aparejando a la creación de viviendas debe ir el control de la natalidad”, dijo Campillo Sainz, director del Infonavit. (El Día, noviembre 13 de 1979). El Estado, además de no resolver el problema, niega a la masa trabajadora, desempleada o sub-empleada el derecho a la reproducción. Paralela a la masiva campaña publicitaria del gobierno por el control natal, está la intensa propaganda llevada a cabo en provincia, sobre todo en el campo, tratando de crear motivos que arraiguen a millones de familias campesinas en sus chozas: utópico deseo si se comprende que quien nada posee no tiene razón para permanecer en su lugar de origen. Pero la política es dejar dos velas encendidas, lo que deriva en el proyecto de la SAHOP de “cortar los accesos o ramales en las 10 carreteras que actualmente convergen en todo el país a la zona metropolitana” (El Universal, 22 de enero de 1980); disposición que en el fondo no sólo trata de evitar la emigración, sino de ejercer un control policíaco sobre la población. Esta medida se presenta ante nuestros ojos como represiva.

Continuará…..




NA: “techo, tierra, trabajo” – IV

Nepantla 9, 15 de marzo de 1980
Vivienda
por Ruth

IV de VI partes

IV
HACINAMIENTO

En viviendas de una sola pieza viven familias con 9 hijos o más. Los conflictos que provoca el hacinamiento van desde la violación hasta el asesinato, o por lo menos llegan a alterar el sistema nervioso de quien viven en tales circunstancias. En el campo se presentan las mismas características de las grandes ciudades, o peores; en los espacios abiertos no son mejores ni más amplias las chozas en que habitan indígenas y campesinos.

El congestionamiento humano ha avanzado a la par del capitalismo. Marx en El Capital hubo de ocuparse del problema de la vivienda y aparece en una de sus páginas la investigación de un médico inglés que escribió: “En su grado culminante, este grado de cosas impone casi inevitablemente una tal negación de todo miramiento de delicadeza, una promiscuidad tan sucia de cuerpos y de necesidades físicas, una desnudez tal del sexo, que ya más que humanas son bestiales… Para los niños que se crían bajo esta maldición, es un bautizo de infamia…” Descripción que se ajusta a las actuales condiciones de vida de los miserables.

LAS CONSTRUCCIONES

Es grande el número de víctimas que resultan de desastres ocasionados por fenómenos de la naturaleza cada año; tras la temporada de lluvias se registran derrumbes en inmuebles vencidos por el tiempo, entre ellos las vecindades que en el siglo pasado eran habitadas por gente de un estrato superior y que posteriormente fueron ocupadas por obreros, artesanos, gente humilde. No es difícil que con frecuencia sucedan derrumbes en ellas, así como en viviendas y habitaciones construidas por los propios trabajadores sin que intervenga un adecuado asesoramiento técnico.

Si se desea conseguir vivienda barata, tendrá que ser de tepetate, arcilla, adobe o madera, y estar deteriorada. Estas construcciones de baja calidad no resisten los movimientos telúricos, ni de las fuertes granizadas o los huracanes, por lo que es siempre a los desposeídos a quienes ocurren las perores desgracias, viviendo en constante tensión ante la amenaza de su vida.

DESALOJOS

Las invasiones de terrenos resultan un floreciente negocio para vendedores fraudulentos y seudolíderes que ofrecen terrenos no regularizados, y los compradores –ignorantes o a sabiendas- se asientan irregularmente a falta de alternativas adecuadas. El paracaidismo se encuentra a la orden del día, en vista de que la tierra es propiedad de monopolistas; los asentamientos resultan en lotes y terrenos propiedad de particulares o estatales. Posteriormente son brutalmente desalojados por la policía encargada de la faena, que además saquea sus casas. Esta es una de las soluciones que aplica el gobierno; por medio de la fuerza bruta se arrasan los tugurios en unos días y se deja limpia la zona, pues estas colonias “obstruyen el desenvolvimiento citadino” a la vez que constituyen zonas de presión que cuestionan a la sociedad en que viven, acuden en masa a oficinas del gobierno a presentar sus demandas, realizan manifestaciones, forman comités de lucha, etc… Encabezados como éste: “El juez ordenó el lanzamiento de una familia; los granaderos lanzaron violentamente a 21, de paso golpearon a algunas mujeres y unos cuantos niños” (Uno Más Uno, 8 de septiembre de 1979), demuestra una vez más al servicio de quién están las fuerzas represivas del “orden”. Estrangulados por la gran selva de asfalto y los hormigueros humanos los terrenos ejidales y comunales son también ocupados. El terreno agrícola desaparece, lo liquidan las invasiones y acciones fraudulentas de fraccionadores clandestinos.

Continuará….




Conmemoración del 49 aniversario de las FLN y cumpleaños del compañero Salvador en la Casa de Todas y Todos

El domingo 5 de agosto nos reunimos bajo los vientos de la anacua que da la bienvenida a la Casa de Todas y Todos para conmemorar 49 años de la Fundación de las FLN y el cumpleaños del compañero Salvador. Se dio el inicio al acto político con saludo a la bandera a cargo de las y los niños de la Casa, explicación de la historia organizativa de las FLN, y lectura del comunicado de la organización para conmemorar y refrendar 49 años de lucha y organización http://casadetodasytodos.org/uncategorized/agosto-techo-tierra-trabajo/ sabiendo siempre que nuestra fortaleza es la confianza en cada compañera y compañero. Cuando nos miramos a los ojos, sabemos con certeza que la tarea asumida por cada uno es tan valiosa cómo imprescindible y por ello nuestra tarea: la memoria.

Así recordamos al compañero Salvador y festejamos su cumpleaños, caído en Nepantla en 1974, quedando con las y los compañeros, su enseñanza y entrega revolucionaria. Es el ejemplo claro que en cada uno de nuestros saberes y en cada mano puesta en las pequeñas labores, se construye la patria que soñamos. Una patria donde la vida sea digna para todos los pueblos, porque bajo el mismo sol arde la necesidad de justicia.

Durante el evento nos acompañaron de la Biblioteca Casa del Colibrí, quienes desde su lucha por dar acceso a literatura infantil para la participación comunitaria, contaron cuentos y compartieron con las y los niños. El acto musical estuvo a cargo del coro conformado por niñas y niños de la Casa, dirigido por el maestro de música, Abel. También tuvimos de invitados al grupo “Son de San Carlos”, que al son de guitarra, jarana y “cajón” alegraron la caída de la tarde. De esta manera recordamos que ya hace 49 años y contado, un grupo de jóvenes decidieron organizarse, dieron un pequeño paso para rebelarse contra el dolor. Sin correr, con toda pausa, para comenzar a luchar por el sueño de la libertad.

Las juventudes, hoy tenemos el derecho a la memoria y también el deber de ser críticos con nuestro entorno. Nuestro deber es dudar, cuestionar hasta que tiemblen quienes tienen que dar respuesta. Seamos capaces de no olvidar, seamos quienes asumen la responsabilidad de la historia, no para sentir miedo, sino para alegrarnos  porque a pesar de la noche, la estrella roja aún marca el camino, y el camino lo construimos todas y todos.

 

¡Vivir por la Patria! o ¡Morir por la Libertad!

Grupo editorial de la Casa de todas y todos.