Abril, 2020:

“Sólo quien ama con pasión a su pueblo,  puede odiar con la misma intensidad a quien le oprime: el imperialismo”.

Abril del 2020 es uno diferente a otros, tanto en México, nuestro país, como en el mundo entero. Vivimos el forzoso cambio de nuestra cotidianidad, nos vemos obligadas y obligados en adaptar formas de convivencia que no son las nuestras: vemos calles vacías, medios de transporte tan desabastecidos como los almacenes de abarrotes y víveres, histeria dentro de los hospitales; estamos limitadas de abrazar o dar la mano a nuestras amigas y conocidas; debemos abstenernos de nuestras reuniones para platicar o para celebrar cualquier acontecimiento pretexto para convivir, quienes pueden pagarlo, salen con cubrebocas y antibacteriales. Nos preguntamos: ¿La ficción rebasa a la realidad o la realidad rebasa la ficción?

Dentro de este
cuestionamiento, retomamos a Nestor Kohan, reflexionando sobre los contextos
inesperados: “¿Tendrán
por fin razón los preconizadores del “fin del trabajo” (Jeremy
Rifkin), el “agotamiento de la política” (Daniel Bell), el ocaso de
los “grandes relatos” (Jean-François Lyotard), el “fin de la
historia” (Francis Fukuyama), la opacidad de la
“forma-sindicato” (Toni Negri)? ¿Habremos llegado acaso al fin del
capitalismo senil?”.
Estás, son
preguntas, hacia las que aún no tenemos respuesta.

Sin
embargo, permanecemos nosotras y nosotros con perseverancia, como lo hemos
hecho por 50 años: resistiendo. Por eso, no dejaremos de escribir nuestras
efemérides para recordar a los compañeros y compañeras que nos dejaron
principios éticos y morales irrenunciables, ni de expresar la opinión de
compañeros que, aspirando a la colectividad, participan en el Grupo Editorial
con sus aportaciones.

En abril, conmemoramos el nacimiento de los compañeros Ricardo y Fidelino, quienes forman parte de la Lista de Ocosingo; además, del de la compañera Soledad, quien a los 24 años fue asesinada por el Ejército Federal en San Miguel Nepantla en 1974. Ella fue de las primeras compañeras en incorporarse como militantes profesionales a la organización madre Fuerzas de Liberación Nacional. Para recordarla, extraemos una semblanza del compañero Mario: “Porque para ella la revolución era sinónimo de amar. Sólo quien ama con pasión a su pueblo puede odiar con la misma intensidad a quien le oprime: el imperialismo. Amaba sobre todo a los niños, como si fueran propios…” [http://casadetodasytodos.org/editorial/abril-soledad-ricardo-y-fidelino/].

Abril es también el mes en que oficialmente se celebra el Día del Niño conmemorado en México cada 30 de abril desde el año 1924; instituido por la Organización de Naciones Unidas después de la Declaración de Ginebra en la se reconocieron por primera vez los derechos del niño (y las niñas, apuntamos); sin embargo, la aparición de la niñez en la Constitución se ha convertido en una celebración sin arraigo, ni repercusión, carente de historia.  Este día ha sido tomado por la mercadotecnia desmedida legitimándola como una celebración que se vuelve de consumo “obligatorio” a nivel nacional desde las escuelas, iglesias, instituciones e industrias que, oportunistas, se suman a las fechas registradas en el calendario publicitario para servir al mercado de la desigualdad, mercantilizando una etapa del desarrollo para reducirla al del consumo.

Ante
esto, nosotras mostramos otras preocupaciones sobre la infancia, la infancia
que crece hoy y que hereda las consecuencias de una sociedad de consumo que
conocemos bajo el imperio neoliberal, un mundo en el cual un 1% de la
población, integrada por dirigentes políticos, desde el Estado, la monarquía,
la iglesia, deciden el destino de la clase trabajadora, ejecutando políticas de
exterminio, dando prioridad a mantener la producción económica por encima de la
vida humana; lejos de la opulencia comercial que pueda significar, vemos los
niños y las niñas como humanos en desarrollo, conscientes de su entorno. Para
ello nos apoyamos en J.R. Ubieto con lo siguiente:

“La infancia no es un momento
cronológico, sino un tiempo lógico tal como mostró el psicoanalista Jacques
Lacan (1971). La infancia es un primer tiempo para mirar, un tiempo abierto a
lo inacabado, a lo que está por venir y por construir. Un tiempo también para
fracasar y aprender de los tropiezos. Un tiempo para las sorpresas y la
curiosidad. El saber que allí se explora, incluido por supuesto el saber sobre
el sexo, tiempo habrá de ponerlo a prueba más tarde, en el «despertar de la
primavera». Es un momento lógico necesario, decía también Freud (1981), para
formar aquellos síntomas y defensas, como el pudor, la vergüenza, los ideales,
con los que hacer frente a ese real que constituye lo más íntimo y propio de
cada uno. Es el tiempo en el que la sexualidad y la muerte se viven pero
necesitan ciertos velos antes de abordarlas directamente. Por eso no se puede
eliminar ese tiempo de latencia, en el que cada uno y cada una vamos
construyendo lo que será después nuestro modo singular de estar en el mundo.”
(2018; p.65).

Si las sociedades
capitalistas, bajo la cortina parental de la protección y de la vigilancia, son
el ejemplo tangible de la destrucción de los sistemas de protección social y
las garantías individuales, les ofrecemos nuestra nula confianza. Creemos que
han convertido las luchas de los derechos sociales ─como derechos laborales
para los y las obreras del mundo, la reducción de horas laborales y la
eliminación del trabajo infantil- en exigencias mancilladas por las políticas
neoliberales dentro del capitalismo mundial.

La visibilidad de
las infancias frente a un mundo desigual tuvo 
presencia desde el S. XVIII a partir de las sociedad industriales en las
que niñas y niños fueron sometidos y controlados -como en muchas partes lo siguen
siendo- para la satisfacción del capital ya sea desde el manejo de máquinas,
limpieza, servidumbre, entre otras. Y como bien dice Coriat (2008), estas
imposiciones forman parte de “las
primeras políticas burguesas sistemáticas de administración de la fuerza de
trabajo”
. Así se legitimó la desigualdad de la niñez quienes, junto a la
figura de la madre, forman el núcleo invisible del sistema, pasando como
figuras desapercibidas cultural y socialmente por medio del control, el
sometimiento y la desmedida explotación.

La imposición
dominante de la explotación y el utilitarismo al que se exponen las infancias
en realidades inhumanas de inequidad e injusticia social, han seguido el patrón
de convertir cuanto sea posible en mercancía, como el amor, el juego, la
recreación y especialmente lo que nos interesa en esta editorial, la
reproducción social; ya que consideramos que desde el nacimiento mujeres y
hombres, son convertidos en dóciles y homogéneos reproductores de la dominación
capitalista y patriarcal.

Para el sistema de
producción capitalista, toda etapa es importante para ideologizar a la
población y asignar la división sexual de los trabajos, de ello es evidencia la
distribución de las tareas de la vida cotidiana en roles, basta con pararse en
una tienda de juguetes para analizar el destino que desean para la infancia:
las niñas son el blanco de los productos que normalizan la idea de la
maternidad como único destino para las mujeres, así como las labores de cuidado
y crianza gratuita que esto conlleva, y los niños, en cambio, son educados para
la guerra y la competitividad. Los videojuegos, por ejemplo, normalizan la
concepción de que el ejército (estadounidense, generalmente) no solo es el
“bueno” sino que es con quien hay que organizarse para combatir. Bajo la mirada
imperialista, es desde la infancia que se edifica al soldado.

Dentro de la
modernidad se intenta que domine un aprendizaje normalizado y sistematizado
para los intereses de grupos de élite, políticos y económicos: aunado a la otra realidad reducida para las
infancias como la sobreprotección y la normalización de comportamientos y
modelos de hogar o familia que difícilmente pueden ser adoptados por las clases
obreras y trabajadora de servicios.

El reclamo de las y los que soñamos con las infancias no controladas es que erradiquemos la idea de un único plan para las niñas y los niños, y que formemos, a través del acompañamiento para la subsistencia en la vida, se incluya el vínculo de la palabra y la conversación. Fomentamos así, un acompañamiento diferente que nos haga responsables a todas las personas de una crianza colectiva, con el objetivo de que, al salir de la infancia y hacerse mayores, sean personas responsables, sin la tentación del parasitismo (dependencia objetos), la inhibición (saber, trabajo) o la violencia (auto/hétero).

El infante es,
cuando no el presente, la futura clase trabajadora que será oprimida para
sostener el sistema de producción. La práctica capital es considerar la infancia
como fuerza de trabajo en vías de desarrollo, y bajo esa óptica, se encuentra
el otro extremo: la vejez. Quienes ya brindaron su fuerza de trabajo y que
ahora, al no estar insertos en la cadena de productividad, viven el horror de
la “medicina de guerra”.  Sobrevive el
que va a continuar con las labores de vida, asistimos con desconcierto a la
crisis sanitaria.

Consideramos criminal la política
que reduce la dignidad humana para valorar un ser humano según su fuerza de
trabajo. Mostramos con un botón que basta para ver al capitalismo en su grotesca
expresión, por si quedara alguna duda, una nota de prensa de un diario español
reza: Multimillonarios de EEUU reclaman
la vuelta al trabajo aunque eso suponga que muera gente
– [http://www.eldiario.es//internacional/coronavirus-EEUU_0_1009649972.html]:

“Podemos traer gradualmente de vuelta a esas personas
y ver qué sucede. Algunos enfermarán, algunos incluso puede que mueran, no lo
sé-“

 dice uno de ellos. Y continúa, “los multimillonarios norteamericanos con
mucho dinero metido en fondos de inversión lo tienen claro: hay que volver al
trabajo cuanto antes y, si eso supone la pérdida de vidas humanas por el
aumento de contagios, ese es un riesgo que hay que asumir”.

La postura que esta
nota nos muestra, contrasta con los principios internacionalistas de países
como Cuba, que nuevamente brinda una lección moral, ética, social y humana al
mundo entero al enviar sus brigadas de médicos y enfermeras a diferentes países
como a Italia. Precisamente a la ciudad de Lombardía llegaron 52 especialistas
cubanos, tal como antes lo hicieron al apoyar la lucha contra el ébola en
África, el cólera en Haití y en el terremoto que afectó a miles de personas en
Pakistán y también lo hacen en China, en países como Venezuela, Granada,
Nicaragua, Surinam y Jamaica, solo por mencionar algunos.

Si aquellos que son
nuestros representantes, son los mismos que sirven al capital, que profundizan
la brecha de la desigualdad, que usan a los grupos vulnerables para producir
ganancias a su complacencia sin la mínima de ética, están en el lugar
equivocado. Se les reprocha explícitamente su falsa soberanía y se niega su
falso paternalismo protector. La crisis sanitaria actual hace visible la
división de clases y las políticas de exterminio de los grupos políticos en el
mundo. Los parques y las escuelas lucen como territorios fantasmas, no se mira
la ternura de la infancia en ningún lado.

 La vulnerabilidad de la vida, en todas las
etapas de desarrollo del ser humano, nos pone ante la urgente necesidad de
volver a considerar los paradigmas bajo los cuales nos organizamos como
sociedad.

CORIAT, Benjamin.
El taller y el cronómetro. Ensayo sobre el taylorismo, el fordismo y la producción
en masa. 14a ed. México: Siglo XXI, 2005. ISBN 968-23-1571-9.

Ubieto, J. R.
(2019). Los malestares actuales de las infancias. Revista Catalana de
Pedagogia, 63-87.